Clara se despidió de Ana con un fuerte abrazo.
—Prometo venir mañana —dijo con una sonrisa—. No te vayas a encerrar tanto, ¿sí?
—Lo intentaré —respondió Ana entre risas, acompañándola hasta la puerta.
Cuando la vio alejarse por el pasillo, cerró la puerta con suavidad. La casa estaba tranquila, apenas se escuchaba el ruido lejano de la cocina. Volvió a terminar su desayuno, tomó un último sorbo de jugo y suspiró. Se sentía extrañamente ligera… como si el peso del miedo hubiera comenzado a disolverse.
Decidió levantarse. Caminó hasta la otra habitación —la que había estado usando desde que llegó— y se miró al espejo. Su reflejo mostraba un rostro sereno, aunque aún se notaban los rastros de los días difíciles: una pequeña marca en la mejilla, algunos moretones, la piel pálida, la mirada cansada. Pero debajo de todo eso… había vida.
Mientras cepillaba su cabello, pensó en Leonardo. En la forma en que la miraba, en cómo le hablaba con paciencia, sin exigir nada, solo ofreciéndose a estar