El sol de la mañana se filtraba por las cortinas del comedor, pintando con tonos dorados el mantel blanco. Ana se sirvió una taza de café mientras Clara tarareaba una melodía junto al ventanal. Era viernes, y aunque la rutina empezaba temprano, el ambiente en el apartamento se sentía más ligero que otros días.
—Hoy te ves de mejor humor —comentó Clara, untando mantequilla en una tostada.
Ana sonrió. —Supongo que estoy empezando a acostumbrarme a todo esto.
—A vivir con un jefe millonario o a dormir sin preocupaciones —bromeó Clara.
Ana rodó los ojos, pero la sonrisa se mantuvo. —A sentirme tranquila, más que nada.
Marta apareció por el pasillo, lista para acompañarlas. Siempre impecable, siempre alerta. —¿A qué hora salimos hoy? —preguntó con tono sereno.
—Yo en diez minutos —respondió Ana—. Primero paso por el instituto, y después me voy directo a la empresa.
Clara suspiró exagerando. —Y yo otra vez a la oficina Marta, por favor, no me vigiles tanto, que los clientes me miran