RECHAZADA POR EL ALFA, CORONADA POR LA LUNA

RECHAZADA POR EL ALFA, CORONADA POR LA LUNAES

Hombre lobo
Última actualización: 2025-11-12
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Me llamaban defectuosa. La omega sin lobo. La vergüenza de la manada. Hasta que mi prometido me traicionó con mi hermanastra la noche de nuestra ceremonia de apareamiento. Hasta que el dolor rompió algo ancestral dentro de mí. Hasta que mis ojos se volvieron plateados y la luna respondió a mi llamado. Resulta que no soy una omega defectuosa. Soy la última Alfa Lunar, un poder extinto hace trescientos años que todos creían muerto. Puedo controlar transformaciones, romper hechizos, y hacer que incluso los Alfas más poderosos se arrodillen. Ahora tres Alfas me quieren: mi ex traicionero que implora perdón, un renegado peligroso con secretos oscuros, y un Alfa rival que promete hacerme reina. Pero descubrí algo que ninguno de ellos sabe: mi familia me mintió sobre todo. Y la abuela que creía muerta acaba de aparecer con una advertencia. La guerra apenas comienza. Y esta vez, yo escribo las reglas.

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Capítulo 1

1

El aroma de canela y cedro me golpeó como un puño directo al estómago cuando abrí la puerta del dormitorio de Damián.

No debería estar aquí. Lo sabía. Pero algo me había impulsado a venir, una intuición horrible que no podía ignorar más. Y ahora, parada en el umbral de la habitación donde había imaginado mil veces nuestra noche de bodas, ese perfume dulzón me confirmaba lo que mi corazón había temido durante semanas.

Elena. Mi hermanastra.

Su aroma estaba por todas partes. En las sábanas de seda negra que yo misma había ayudado a elegir. En las almohadas. En el aire mismo.

—Luna, por favor, no deberías estar aquí —la voz de Mira sonó tensa detrás de mí—. La ceremonia empieza en una hora. Si alguien te ve...

No la escuché. Mis pies se movían solos, llevándome hacia la cama que pronto debería haber sido mía. Mis manos temblaban cuando abrí el cajón de la mesita de noche.

Y ahí estaba.

Un collar de ámbar sobre terciopelo rojo. Elegante. Caro. El tipo de joya que solo se compraba en la capital, donde los Alfas más poderosos gastaban fortunas en sus amantes.

Damián me había dicho hace dos meses que no podía permitirse joyas así. Que todo su dinero iba al bienestar de la manada. Que después de la ceremonia, cuando yo fuera oficialmente su Luna, entonces podría darme cosas lindas.

Mentiroso.

El collar pesaba en mi palma como una piedra, y algo dentro de mí se agrietó. No se rompió. Todavía no. Pero la primera fisura apareció en mi corazón.

—Mira... —mi voz salió quebrada, apenas un susurro—. Él me dijo que todas esas noches trabajaba hasta tarde. Reuniones del Consejo. Negociaciones territoriales. Me dijo que me amaba.

—Lo sé, cariño —Mira me tocó el hombro—. Lo sé. Pero tenemos que irnos antes de que...

La puerta se abrió de golpe.

Y mi mundo terminó de colapsar.

Damián entró primero, con su camisa de ceremonia a medio abotonar, revelando el pecho musculoso marcado con los tatuajes tribales de la manada Silvercrest. Su cabello negro estaba despeinado, como si alguien hubiera pasado dedos ansiosos por él.

Detrás de él, Elena se deslizó dentro como una serpiente satisfecha. Su vestido rojo dejaba poco a la imaginación, y su cabello dorado caía perfectamente sobre sus hombros. Heredó la belleza de nuestra madre, la que murió al darnos a luz. Yo heredé el cabello oscuro de mi padre y los ojos grises que todos en la manada consideraban apagados.

Sin brillo. Sin lobo. Sin valor.

Ambos se congelaron al verme.

El silencio fue tan denso que podría haberlo cortado con un cuchillo.

—Esto no es lo que parece —dijo Damián finalmente, y tuve que reprimir una risa histérica porque, ¿en serio? ¿Iba a usar esa línea patética?

—¿No? —mi voz sonó demasiado calmada, casi fría—. Porque desde donde estoy parada, parece que mi prometido está follándose a mi hermanastra.

Mira jadeó. Nadie le hablaba así a un Alfa.

Pero algo en mi interior se había roto, y las palabras salieron sin filtro.

—Puedo oler cada vez que la has tocado, Damián. Cada mentira. Cada noche que dijiste estar negociando con otras manadas. —Alcé el collar de ámbar—. ¿Esto tampoco es lo que parece?

Elena se adelantó entonces, y la sonrisa en sus labios perfectos fue como veneno puro.

—Oh, hermanita —ronroneó, y su tono condescendiente me hizo apretar los puños—. ¿De verdad creías que un Alfa de su calibre se conformaría con una omega defectuosa como tú?

Sus manos se deslizaron sobre su vientre en un gesto posesivo, maternal, triunfante.

Y el mundo se detuvo.

No. Por favor, no.

—¿Estás...? —no pude terminar la pregunta. Las palabras se atascaron en mi garganta como vidrio.

—De tres meses —dijo Elena, y el placer puro en su voz fue como ácido en mis venas—. Curioso, ¿verdad? Justo desde que el vínculo entre ustedes fue confirmado por los Ancianos. Mientras tú planeabas tu estúpido vestido de novia virgen, yo llevaba al heredero de Damián en mi vientre.

Las rodillas me fallaron. Mira me sujetó antes de que cayera.

Tres meses. Desde el momento en que supimos que éramos compañeros destinados, él había estado con ella.

—Luna, déjame explicar —Damián se pasó una mano por el cabello, y por primera vez vi algo parecido a la incomodidad en su rostro—. Tú no tienes lobo. En veinticuatro años, nunca ha emergido. El Consejo jamás aceptaría que mis herederos corran el riesgo de nacer... —hizo una pausa, buscando la palabra correcta.

—¿Defectuosos? —la completé por él, y mi voz sonó muerta—. ¿Como yo?

—No iba a decirlo de esa manera.

—Pero es lo que piensas. —Una risa amarga escapó de mi garganta—. Es lo que todos piensan. La omega sin lobo. La vergüenza de los Silvercrest. La que debió morir con su madre en el parto.

—Luna, basta —dijo Mira, pero incluso ella no pudo negar la verdad en mis palabras.

Damián se acercó, recuperando su compostura de Alfa. Esa máscara de autoridad que usaba en las reuniones del Consejo.

—La ceremonia sigue en pie —dijo, y su tono no admitía discusión—. No puedo rechazarte públicamente sin causa justificada. Pero después, desaparecerás. Le diremos a la manada que moriste en un accidente durante la luna de miel. Elena y yo nos casaremos discretamente. El niño será legitimado como heredero.

Cada palabra fue una puñalada.

—Qué conveniente —escupí—. Yo simplemente me desvanezco y ustedes viven felices para siempre.

—Es lo mejor para todos —dijo Elena, y no había ni un ápice de culpa en su voz—. Piénsalo, Luna. Sin lobo, sin manada que realmente te respete después de esto... ¿qué vida tendrías? Al menos así podrías empezar de nuevo. Encontrar tu lugar entre los humanos, tal vez.

Algo se fracturó dentro de mí en ese momento.

No fue mi corazón. Eso ya estaba hecho pedazos, sangrando en el suelo de mármol entre nosotros.

Fue algo más profundo. Más visceral. Más antiguo.

Fue la parte de mí que había pasado toda su vida creyendo que no era suficiente. Que nunca sería suficiente. Que debía agradecer las migajas de atención que me dieran.

Esa parte murió ahí mismo.

—Tienes razón —dije, mi voz extrañamente estable—. No tengo lobo. No tengo manada que me respete. No tengo nada que me ate a este lugar.

Me di la vuelta hacia la puerta. Mira me siguió sin decir palabra.

—Luna, espera —llamó Damián—. Después de la ceremonia, necesitarás firmar documentos. Renuncia a cualquier reclamo sobre mi título, sobre las tierras...

No escuché el resto. Caminé fuera de esa casa con la cabeza en alto, aunque cada paso se sentía como caminar sobre cristales rotos.

El aire fresco de la noche me abofeteó la cara. La luna llena brillaba sobre el territorio, enorme y plateada, burlándose de mí. La luna que se suponía me daría mi lobo cuando cumpliera dieciocho. Luego cuando cumpliera veintiuno. Luego cuando encontrara a mi compañero destinado.

Todas mentiras.

—Luna, por favor, detente —jadeó Mira, corriendo para alcanzarme—. ¿A dónde vas?

Mis pies me llevaron automáticamente al claro ceremonial. En dos horas, este lugar estaría decorado con antorchas y flores blancas. La manada se reuniría para presenciar mi unión con Damián. Para celebrar el vínculo sagrado entre Alfa y omega.

Qué maldita broma cósmica.

—Voy a darles lo que quieren —dije—. Voy a desaparecer.

—¡No! Luna, podemos huir. Podemos ir al territorio neutral, buscar una manada que te acepte...

—¿Que qué, Mira? ¿Que acepte a una omega sin lobo? ¿Que me tome por lástima? —Me giré hacia ella, y mis ojos debían verse tan salvajes como me sentía—. Tú tienes familia aquí. Padres que te aman. Un compañero esperándote. Un futuro. Yo solo tengo este vacío donde debería estar mi lobo.

—No eres solo eso —insistió Mira, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. Eres mi mejor amiga. Eres fuerte, inteligente, amable...

Un dolor como ningún otro atravesó mi columna vertebral.

Grité, cayendo de rodillas sobre la hierba húmeda del claro. No era dolor físico. Era algo más profundo, como si algo que había estado dormido dentro de mí durante toda mi vida de repente estuviera despertando. Rompiendo cadenas. Desgarrando velos antiguos.

—¡Luna! ¿Qué te pasa? —Mira se arrodilló junto a mí—. ¿Es tu lobo? ¿Finalmente está emergiendo?

—No lo sé —jadeé, aferrándome al suelo—. Algo... algo está cambiando.

El dolor se intensificó, extendiéndose desde mi columna hacia cada célula de mi cuerpo. Pero no era el dolor de la transformación que había escuchado describir a otros lobos. Esa liberación gozosa cuando tu lobo finalmente rompe libre.

Esto era violento. Furioso. Ancestral.

Alcé la vista hacia la luna llena, y por primera vez en mi vida, sentí que me devolvía la mirada.

No con indiferencia.

Con reconocimiento.

El mundo estalló en luz plateada.

Vi hilos brillantes extendiéndose desde la luna hacia cada ser vivo en el territorio. Conectando. Uniendo. Y de alguna manera, imposiblemente, podía sentir cada uno de ellos. Cada lobo en la manada. Sus latidos. Sus emociones. Sus lobos interiores ardiendo como llamas.

Y sabía que podía tocarlos. Controlarlos.

La luz explotó de mí en una onda expansiva que sacudió los árboles y envió pájaros volando en pánico desde sus nidos.

Cuando el brillo finalmente se desvaneció, me puse de pie sobre piernas temblorosas.

—Luna... tus ojos —susurró Mira, retrocediendo con terror en su rostro—. Tus ojos son...

—¿Qué? —mi voz sonó diferente. Resonante. Con un eco que no era completamente humano.

Me arrastré hasta el pequeño arroyo que corría junto al claro y miré mi reflejo.

Plata. Mis ojos brillaban con luz plateada pura, como si la luna misma se hubiera alojado en ellos.

Un aullido rasgó la noche. Luego otro. Y otro más.

Damián apareció entre los árboles con la patrulla de seguridad detrás de él. Todos en forma de lobo, todos alertas, todos listos para atacar lo que hubiera causado esa explosión de poder.

Se transformó de vuelta a su forma humana, desnudo y magnífico bajo la luz lunar.

Y en sus ojos dorados vi algo que nunca había visto antes.

Miedo.

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