Mundo ficciónIniciar sesiónTres días.
Tres malditos días corriendo, escondiéndonos, sobreviviendo con bayas amargas y el agua turbia de arroyos que probablemente me darían parásitos. Mira había logrado cazar un conejo la noche anterior, pero yo seguía siendo inútil para eso. Sin lobo, mis sentidos apenas superaban los de un humano común.
Excepto por estos poderes lunares que ardían bajo mi piel como un segundo corazón, pulsando, esperando ser liberados.
—Necesitamos descansar —jadeó Mira, colapsando contra un árbol—. No he dormido más de dos horas seguidas.
—Si descansamos, nos alcanzarán —dije, aunque mis propias piernas temblaban de agotamiento—. Puedo sentirlos. Hay al menos tres grupos buscándonos.
—¿Cómo...? —empezó Mira.
—Los hilos —expliqué, cerrando los ojos—. Puedo ver sus conexiones con la luna. Como... rastreadores brillantes moviéndose por el bosque. Están coordinando un cerco.
—Mierda.
El olor llegó entonces. Pino y tormenta. Ese aroma salvaje que nos había estado persiguiendo durante días pero nunca se acercaba lo suficiente para verlo claramente.
Hasta ahora.
El lobo emergió de entre las sombras como si fuera parte de ellas. Enorme. Gris oscuro, casi negro, con cicatrices que surcaban su lomo como un mapa de guerras antiguas. Sus ojos ámbar brillaban con una inteligencia feroz que hizo que cada instinto en mi cuerpo gritara dos cosas contradictorias: corre y acércate.
—Luna, atrás —siseó Mira, poniéndose entre el lobo y yo con valentía estúpida.
El lobo se sentó. Simplemente se sentó ahí, observándonos con esos ojos imposiblemente inteligentes.
Y entonces se transformó.
El cambio fue fluido, natural, como si hubiera pasado tanto tiempo en forma de lobo que la humana era casi una idea tardía. Y cuando terminó, tuve que obligarme a mantener la mandíbula cerrada.
Era... jodidamente espectacular.
Alto, tal vez un metro noventa, con músculos definidos que hablaban de años sobreviviendo en lo salvaje. Su cabello oscuro le llegaba a los hombros, despeinado y rebelde. La mandíbula fuerte estaba cubierta por una barba de tres días que debería haberlo hecho ver descuidado pero solo lo hacía más peligroso. Y esas cicatrices... ahora podía ver que cubrían gran parte de su torso, brazos, incluso una que atravesaba su ceja izquierda.
No eran cicatrices de entrenamiento. Eran cicatrices de supervivencia.
—Así que los rumores son ciertos —dijo, y su voz fue como whisky sobre gravilla. Profunda, áspera, con un acento que no pude ubicar—. Una Alfa Lunar ha despertado después de trescientos años de extinción.
—¿Quién demonios eres? —exigí, aunque mi voz salió menos autoritaria de lo que pretendía.
Había algo en él. Algo que mi nuevo poder reconocía de una manera que no entendía. Como si su lobo llamara al mío, excepto que yo no tenía lobo. ¿Verdad?
Una sonrisa lenta, peligrosa, apareció en su rostro. Era el tipo de sonrisa que prometía problemas del tipo que las chicas inteligentes evitaban.
Claramente, yo no era una chica inteligente, porque sentí calor extendiéndose por mi vientre.
—Me llamo Kieran —dijo, acercándose con la gracia perezosa de un depredador que sabe que es el más peligroso en el bosque—. Y soy lo que tu gente llama un renegado.
Mira gruñó, su lobo presionando bajo su piel.
—Los renegados son asesinos. Lobos que masacraron a sus propias manadas y fueron exiliados. Locos que viven en las sombras.
—A veces —admitió Kieran sin un ápice de vergüenza—. Otras veces, somos lobos que vimos la verdad podrida detrás del sistema de manadas y decidimos que quemar todo ese sistema corrupto era más honorable que perpetuarlo.
—Hablas como un revolucionario —dije, estudiándolo.
—Hablo como alguien que ha vivido cuarenta y dos años en este mundo de m****a y ha visto cosas que harían que tu pequeño drama de rechazo pareciera un cuento para dormir niños. —Sus ojos ámbar se clavaron en los míos, y sentí un escalofrío recorrer mi columna—. Pero eso no significa que no sienta una curiosidad intensa por ti, Luna Silvercrest.
—¿Me has estado espiando?
—Todo el mundo sobrenatural está hablando de ti —dijo, dando otro paso más cerca. Mira gruñó más fuerte, pero él la ignoró completamente—. La omega sin lobo que resultó ser una Alfa Lunar. La que rechazó públicamente a Damián Blackwood, uno de los Alfas más poderosos del continente. La que lo hizo arrodillarse y suplicar. —Se detuvo a solo un metro de distancia, y el calor de su cuerpo era casi tangible—. Eres famosa. Eres peligrosa. Y eres exactamente lo que he estado buscando durante diez años.
—Si vienes a cobrar alguna recompensa...
—Vengo a ofrecerte un trato —me interrumpió—. Información por información. Entrenamiento por lealtad. Protección por honestidad. —Se cruzó de brazos, y el movimiento hizo que sus músculos se flexionaran de una manera completamente innecesaria—. Tú quieres saber qué eres realmente. Cómo controlar estos poderes antes de que exploten y maten a alguien que amas. Cómo sobrevivir con cada manada en el continente cazándote.
—¿Y tú qué quieres?
—Respuestas —dijo simplemente—. Tu bisabuelo, Magnus Silvercrest, lideró la purga más brutal de nuestra historia. Cazó a cada Alfa Lunar en el continente. Hombres, mujeres, niños. —Su voz se oscureció—. Bebés arrancados de los brazos de sus madres y ejecutados. Fue sistemático. Meticuloso. Completo.
El aire abandonó mis pulmones.
—No... mi bisabuelo era un héroe. Defendió el territorio contra...
—¿Contra qué? ¿Contra lobos que eran demasiado poderosos? ¿Que amenazaban el status quo? —Kieran sacó un teléfono destrozado de su mochila—. Los Alfas Lunares no eran villanos, Luna. Eran guardianes. Mantenían el equilibrio. Y cuando se volvieron demasiado poderosos para controlar, los que tenían algo que perder decidieron eliminarlos.
Me mostró la pantalla agrietada. Un foro del mercado negro sobrenatural. Y ahí, con una foto mía (¿cuándo carajos me habían tomado esa foto?), estaba el anuncio.
RECOMPENSA: Luna Silvercrest. Alfa Lunar confirmada. CINCO MILLONES. Viva preferentemente. Muerta aceptable. Contactar Consejo de Alfas.
El mundo se inclinó.
—Cinco millones —susurró Mira—. Luna, con esa cantidad...
—Todo cazador de recompensas, renegado desesperado y Alfa ambicioso en tres continentes vendrá por ella —terminó Kieran—. Ya están en camino. Sentí al menos tres grupos cerrando el cerco cuando me acercaba. Estarán aquí antes del amanecer.
—¿Y se supone que debo confiar en ti? —lo desafié, aunque mi voz temblaba—. ¿Un renegado que admite haber quemado el sistema? ¿Por qué no has cobrado la recompensa tú mismo?
Kieran me miró durante un largo momento, y algo ardió en sus ojos ámbar. Algo peligroso. Algo hambriento.
—Porque cinco millones no significan una m****a para mí. Porque he estado buscando una Alfa Lunar durante diez años. Y porque... —su voz bajó, volviéndose casi íntima—. Los mismos Alfas que cazaron a tu gente destruyeron mi vida. Masacraron a mi manada. Violaron y mataron a mi compañera. Dejaron que mi hijo de cinco años se desangrara en mis brazos.
El silencio que siguió fue absoluto.
—Los Alfas de élite —continuó, su voz temblando con furia apenas contenida—. Los que forman el Consejo. Los que ahora te cazan. Son los mismos bastardos que decidieron que mi manada era "demasiado progresista". Que permitir que omegas tuvieran voz era "antinatural". Así que enviaron un escuadrón de ejecución.
—Kieran... —empecé, sin saber qué decir.
—Así que si vas a iniciar una guerra contra ellos —dijo, acercándose hasta que pude sentir su aliento—. Si vas a quemar su mundo perfecto y ordenado hasta los cimientos. Quiero estar en primera fila. Quiero ver arder todo. Y quiero ayudarte a encender la maldita cerilla.
Extendió su mano.
—¿Trato?
Miré su mano extendida. Había algo más. Podía sentirlo. Algún secreto más profundo, más oscuro que no estaba compartiendo.
Pero tenía razón. No teníamos muchas opciones.
Y una parte de mí, una parte nueva y peligrosa, quería confiar en él. Quería estar cerca de él de una manera que no tenía nada que ver con la lógica.
Tomé su mano.
La chispa que pasó entre nosotros fue como un relámpago. Caliente. Eléctrica. Tan intensa que ambos jadeamos. Los hilos plateados que conectaban su lobo con la luna de repente brillaron más, entrelazándose con los míos de una manera que no debería ser posible.
Sus ojos se agrandaron, y supe que él también lo sintió.
—¿Qué fue eso? —susurré.
—No lo sé —admitió, pero no soltó mi mano—. Pero sea lo que sea, es... significativo.
Mira suspiró dramáticamente desde su posición.
—Esto va a terminar en desastre, ¿verdad?
—Probablemente —admití, finalmente soltando la mano de Kieran, aunque pude ver la renuencia en su expresión.
—Definitivamente —corrigió Kieran, pero su sonrisa se amplió—. Pero será un hermoso desastre. —Se volteó—. Ahora vengan. Tengo un refugio a tres kilómetros. No es el Ritz, pero tiene paredes y protecciones que nos darán algo de tiempo.
Mientras lo seguíamos más profundo en el bosque, no podía quitarme dos sensaciones.
La primera: acababa de hacer un trato que cambiaría absolutamente todo.
La segunda: la forma en que Kieran me había mirado, con hambre y reconocimiento y algo más oscuro... eso no era la mirada de un simple aliado.
Era la mirada de un hombre que acababa de encontrar algo que había estado buscando durante mucho tiempo.
Y no estaba segura de si eso me aterraba o me emocionaba.
El refugio de Kieran resultó ser una cabaña medio derrumbada en territorio neutral. Pero cuando entramos, me di cuenta de que "medio derrumbada" era solo camuflaje.
El interior estaba fortificado. Paredes reforzadas. Ventanas con contraventanas de acero. Y en la pared del fondo, un arsenal completo de armas.
Armas de plata.
—¿Por qué un lobo tendría armas de plata? —preguntó Mira, frunciendo el ceño.
—Para matar a otros lobos —respondió Kieran simplemente, comenzando a dibujar símbolos en el marco de la puerta con tiza blanca—. O para matar cosas peores que lobos.
—Esos símbolos —dije, reconociendo algunos—. No son de lobos. Son... ¿runas de brujería?
Kieran me lanzó una mirada apreciativa.
—Inteligente. Aprendí algunas cosas en mis años como renegado. Estas runas nos darán advertencia si alguien se acerca. No detendrán a nadie, pero nos darán tiempo.
—¿Cuánto tiempo? —pregunté.
Kieran dibujó el último símbolo en la puerta con un trazo firme.
—Dos horas. Tal vez tres si tenemos suerte. —Se volteó hacia mí, sus ojos ámbar ardiendo con algo que no era solo profesional—. Tiempo suficiente para tu primera lección.
—No sé si estoy lista —admití.
Su sonrisa fue pura maldad. Peligrosa. Prometedora.
—No lo estás. Pero a los cazadores no les importa si estás lista. Solo les importa el precio en tu cabeza.
Un aullido rasgó la noche. Distante pero acercándose.
Luego otro.
Y otro.
—Mierda —maldijo Kieran, su expresión endureciéndose—. Llegaron temprano.







