Mundo ficciónIniciar sesiónLos aullidos se acercaron demasiado rápido.
—Siete —murmuró Kieran, sus ojos ámbar brillando en la oscuridad de la cabaña—. Todos grandes. Todos experimentados. Vienen en formación de caza.
Miré por la ventana y los vi emerger del bosque como sombras líquidas. Siete lobos enormes, moviéndose con la coordinación letal de un escuadrón militar. No eran cazadores ordinarios. Estos eran profesionales.
—Quédate adentro —me ordenó Kieran, ya quitándose la camisa.
—No soy tu mascota —espeté, aunque mi corazón latía tan fuerte que estaba segura de que podían escucharlo a kilómetros.
—No eres una guerrera entrenada tampoco —replicó, bajándose los pantalones sin pudor—. Y nunca has usado tus poderes en combate real.
—Entonces supongo que esta será mi primera lección práctica.
Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento vi algo parecido a la admiración. O tal vez locura.
—Obstinada —gruñó.
—Sobreviviente —corregí.
Se transformó entonces, y el cambio fue tan fluido que casi parecía natural. Un momento era hombre, al siguiente era ese lobo gris enorme con cicatrices que contaban historias de cien batallas.
—Luna, no —susurró Mira, aferrándose a mi brazo—. Déjalo a él. Tú no tienes que...
—Sí tengo que —dije, soltándome gentilmente—. Son cinco millones, Mira. Si no demuestro que soy demasiado peligrosa para cazar, nunca pararán.
Salí de la cabaña antes de que mi valentía pudiera abandonarme.
La luna llena brillaba sobre el claro como un foco celestial, y podía sentir su poder corriendo por mis venas como electricidad líquida. Los siete lobos se detuvieron cuando me vieron, sus ojos brillando con reconocimiento.
Y entonces se transformaron.
Siete hombres desnudos, todos enormes, todos marcados con tatuajes de cazadores profesionales. El líder dio un paso adelante, una sonrisa cruel torciéndole la boca.
—Bueno, bueno —dijo, su voz arrastrando las palabras—. La famosa Alfa Lunar. Esperaba algo más... impresionante. —Escupió al suelo—. Pareces una omega común. Pequeña. Frágil. Patética.
Los otros rieron, el sonido haciendo eco en el claro.
—Cinco millones —dijo otro, sus ojos recorriéndome de una manera que me hizo sentir sucia—. Por una perra defectuosa que ni siquiera tiene lobo. El Consejo está desesperado.
—O estúpido —añadió un tercero—. Deberíamos violarla primero. ¿Quién va a saberlo? Después de todo, el anuncio dice viva o muerta. No dice en qué condición.
La risa que siguió fue como ácido en mis oídos.
Kieran gruñó, preparándose para atacar, pero alcé mi mano deteniéndolo.
—No —dije, mi voz sorprendentemente calmada—. Son míos.
El líder cazador se rio.
—¿Tuyos? Cariño, no tienes ni garras ni colmillos. ¿Qué vas a hacer? ¿Suplicar?
Alcé ambas manos hacia la luna.
Y la luna respondió.
La luz plateada cayó del cielo como una avalancha. No fue la ola controlada que había usado contra Damián. Esto fue pura furia. Puro poder sin filtrar.
Los hilos que conectaban a los siete cazadores con la luna se volvieron visibles, brillando como alambre incandescente. Y tiré de todos ellos a la vez.
Los gritos fueron inmediatos.
Los siete hombres cayeron de rodillas, sus cuerpos convulsionando. Forcé sus transformaciones. Una y otra vez. Humano a lobo. Lobo a humano. Sin darles tiempo para adaptarse. Sin darles tiempo para respirar.
Huesos crujieron. Piel se rasgó. Pelaje brotó y retrocedió en ondas dolorosas.
—¡Detente! —gritó uno, sangre goteando de su boca—. ¡Por favor!
Pero no podía detenerme. O tal vez no quería.
Toda la rabia que había estado conteniendo. Toda la humillación. Todo el dolor de ser llamada defectuosa, inútil, vergonzosa durante veinticuatro años. Lo dejé salir.
El líder cazador colapsó completamente, su corazón latiendo erráticamente. Demasiado rápido. Demasiado débil. Podía sentirlo fallando bajo la presión de las transformaciones forzadas.
Iba a matarlo.
Iba a matar a todos.
—¡LUNA! —la voz de Kieran rompió a través de la niebla roja en mi mente—. ¡Suelta el control! ¡Lo vas a matar!
Solté el poder tan abruptamente que casi caí.
Los siete cazadores se desplomaron en el suelo, jadeando, sangrando, sollozando. Uno vomitó. Otro se orinó. El líder apenas respiraba, su pecho subiendo y bajando en espasmos irregulares.
Miré mis manos, temblando violentamente.
Había disfrutado eso. Por un momento horrible, había querido matarlos.
Kieran se transformó de vuelta y corrió hacia mí, agarrándome antes de que mis rodillas cedieran. Sus brazos se envolvieron alrededor de mí, sólidos y cálidos, y enterré mi cara en su pecho desnudo.
—Fue defensa propia —dijo contra mi cabello, su voz áspera—. Iban a lastimarte. Ibas a hacer lo que fuera necesario.
—Casi lo mato —susurré—. Quise matarlo.
—Lo sé. —Sus brazos se apretaron alrededor de mí—. Pero no lo hiciste. Eso es lo que importa.
Alcé la vista hacia él, y nuestros ojos se encontraron. Ámbar y plata. Sus pupilas estaban dilatadas, su respiración acelerada. No era solo por la adrenalina de la pelea.
El abrazo se volvió algo más. Algo cargado.
Sus manos se deslizaron por mi espalda, enviando escalofríos por toda mi piel. Me acerqué más, sintiendo cada línea de músculo contra mi cuerpo. Su olor a pino y tormenta me envolvió, y algo profundo dentro de mí rugió con reconocimiento.
—Luna... —comenzó, su voz ronca.
—¡LUNA! —el grito de Mira rompió el momento como cristal—. ¡Hay otro!
Nos separamos justo cuando un octavo lobo emergió del bosque.
Pero este era diferente.
Más grande. Más poderoso. Su pelaje era dorado pálido, casi blanco bajo la luz de la luna, y se movía con la confianza de alguien que nunca había sido desafiado.
Se transformó, y tuve que morderme el labio para no jadear.
Era... impresionante. Alto, tal vez tan alto como Kieran, con músculos definidos y piel bronceada. Su cabello era rubio dorado, perfectamente despeinado como si acabara de salir de una sesión de fotos. Ojos azul hielo que brillaban con inteligencia afilada. Y esa sonrisa. Confiada. Arrogante. Peligrosa de una manera completamente diferente a Kieran.
—Impresionante demostración —dijo, su voz suave como terciopelo—. Aunque un poco brutal para mi gusto.
Kieran gruñó, poniéndose entre nosotros.
—Zane Blackthorne. Deberías haberte quedado en tu territorio.
—¿Y perderme esto? —Zane caminó hacia nosotros con una gracia perezosa, completamente despreocupado por su desnudez—. La última Alfa Lunar. Una criatura de leyenda. —Sus ojos se clavaron en mí, y sentí calor extenderse por mi piel—. Eres más hermosa de lo que los rumores sugerían.
—¿Vienes por la recompensa? —pregunté, odiando cómo mi voz sonó sin aliento.
—¿Recompensa? —Se rio, el sonido rico y cálido—. No, pequeña luna. Vengo a ofrecerte algo mucho mejor que ser cazada como animal.
—¿Y eso sería?
—Una alianza. —Dio otro paso más cerca, ignorando el gruñido de advertencia de Kieran—. Mi manada. Mi protección. Mi nombre.
—Ella no necesita tu nombre —espetó Kieran.
Zane finalmente lo miró, una ceja elevada.
—¿Y qué puedes ofrecerle tú, renegado? ¿Una vida de huida? ¿Esconderse en cabañas ruinosas? ¿Ser cazada hasta que eventualmente la atrapen? —Volvió su atención a mí—. Yo puedo ofrecerte un ejército. Territorio. Legitimidad. Y... —su sonrisa se volvió depredadora—. Un compañero digno de tu poder.
Mi corazón se aceleró, aunque no estaba segura si era por anticipación o alarma.
—No la conoces —dijo Kieran, dando un paso adelante—. No sabes nada sobre ella.
—Sé que es poderosa. Sé que es hermosa. Sé que Damián Blackwood la traicionó de la manera más cruel. —Zane me miró directamente—. Y sé que Damián y yo hemos sido enemigos durante una década. Imagina su cara cuando descubra que su compañera rechazada se casó con su rival más odiado.
La idea tenía un atractivo oscuro que no pude negar.
—Estás ofreciendo matrimonio —dije lentamente—. A alguien que conociste hace dos minutos.
—Estoy ofreciendo una asociación. —Extendió su mano—. Poder reconoce poder, Luna Silvercrest. Juntos, podríamos rehacer el orden establecido. Podríamos hacer que el Consejo se arrodille. Podríamos gobernar.
Kieran se tensó a mi lado, sus manos apretándose en puños.
—Ella no es una pieza de ajedrez en tus juegos políticos, Blackthorne.
—Dejemos que ella decida —dijo Zane, sus ojos nunca dejando los míos—. ¿Qué prefieres, pequeña luna? ¿Huir como criminal? ¿O reinar como reina?
Abrí mi boca para responder, sin saber qué iba a decir.
Y entonces otro aullido rasgó la noche.
Este no era como los demás. Este era más profundo. Más autoritario. Cargado con poder de Alfa.
Lo reconocí inmediatamente, y mi sangre se heló.
Damián.
—Bueno —dijo Zane, su sonrisa ampliándose—. Parece que tu ex prometido decidió hacer una aparición. Esto se pone interesante.
Kieran se transformó inmediatamente, colocándose en posición defensiva.
Y yo me quedé congelada, atrapada entre dos Alfas que me querían por razones completamente diferentes, mientras el hombre que me había traicionado venía a reclamarme.
El bosque explotó en actividad mientras docenas de lobos emergieron de las sombras.
Y al frente, transformándose con la luz de la luna bañándolo en plata, estaba Damián.
Sus ojos dorados encontraron los míos a través del claro.
Y en ellos vi posesividad. Furia. Y algo que se parecía peligrosamente a la desesperación.
—Hola, Luna —dijo, su voz de Alfa resonando con poder—. Creo que tú y yo necesitamos hablar.







