NIKITA
Mis dedos se clavaron en las sábanas, arrugándolas como si fueran la última cuerda que me mantenía atada a la cordura.
Lev no se detuvo.
Su lengua, joder, esa lengua que parecía saber exactamente dónde tocar, dónde presionar, dónde deslizarse, me tenía al borde de un abismo que no quería saltar. Pero mi cuerpo, traidor como siempre, no me obedecía. Cada lamida era un latigazo de placer que me hacía arquear la espalda, que me hacía apretar los dientes para no gritar más de lo que ya había hecho. Era demasiado. Demasiado bueno. Demasiado él.
—Cariño, no pares —repetí, con la voz temblorosa, fingiendo ser Anya, la esposa sumisa, pero en el fondo era Nikita, la que quería arrancarle la cabeza por hacerme sentir así. Por hacerme olvidar, aunque fuera por un segundo, que este hombre era mi enemigo. Que me tenía encerrada. Que me había drogado, manipulado, apuñalado. Pero, maldita sea, su boca entre mis piernas era una droga más fuerte que cualquier pastilla.
Sus manos apretaron mis m