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Todos los capítulos de Quiero matar a mi esposo : Capítulo 1 - Capítulo 10
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Su despertar
Un pitido me saca de la nada, un sonido agudo que me taladra los oídos como si alguien estuviera clavándome un cuchillo en la cabeza.Abro los ojos, o lo intento, porque todo está borroso, blanco, cegador. ¿Dónde mierda estoy? Mi cuerpo pesa una tonelada, como si me hubieran atado a la cama con cadenas invisibles. Siento algo en la boca, un tubo o qué sé yo, y quiero arrancármelo, pero mis manos son un desastre: lentas, torpes, moviéndose en cámara lenta como si no fueran mías. Joder, ¡muévanse! El pitido sigue, más fuerte, y mi pecho sube y baja rápido, demasiado rápido. Estoy perdiendo la cabeza.De repente, hay ruido: pasos, voces. Unas manos me agarran, frías, rápidas. Alguien me quita el tubo de la boca, y toso como si me estuvieran arrancando los pulmones. Respiro, o lo intento, pero el aire raspa como vidrio. Miro alrededor: paredes blancas, máquinas, cables pegados a mi piel como si fuera un maldito experimento. Un hombre con bata blanca está encima de mí, sus ojos detrás de u
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A casa
ANYAUna semana más en ese maldito hospital, y sigo sin saber quién diablos soy. Los doctores me pinchan, me miran como si fuera un experimento fallido y dicen que estoy “mejorando”, pero mi cabeza sigue vacía, un jodido desierto sin nada que agarrar.Lo único que no cambia es él.Lev.Todos los días, cuando abro los ojos, ahí está, sentado en una silla junto a mi cama o apoyado contra la pared como si fuera el rey del universo.No habla mucho, solo me clava esos ojos grises que me queman la piel, y a veces me trae cosas como café o flores que no pedí. No sé qué busca, pero carajo, me estoy acostumbrando a verlo. Cada vez que despierto, espero encontrarlo, y eso me pone los nervios de punta más que las agujas en mis venas.Hoy es distinto.Despierto, y no está en la silla. Está junto a la puerta, con el traje negro ajustado y una cara que no admite peros.—Te vas hoy—dice, supongo que debo alegrarme, recordar algo, pero no sé ni quién soy y eso me causa mucha inseguridad, porque la ún
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Miedo
LEVEstoy tan cerca de ella que siento su calor, sus caderas bajo mis manos, pero ese sonido me arranca de la niebla.¿Qué demonios fue eso? Lo primero que les dije a esos idiotas fue que no llamaran la atención, que mantuvieran todo en silencio mientras ella estuviera aquí. Y ahora un disparo. Un maldito disparo en mi propia casa. La miro, sus ojos verdes abiertos, buscando respuestas que no le voy a dar. Si se da cuenta de lo que pasa, si empieza a atar cabos, todo se irá al carajo.—Quédate aquí —le digo, mi voz baja, intentando calmarla, pero no parece muy asustada—. No te muevas.La suelto, mis manos soltándola como si quemaran, y retrocedo un paso. No sé si es buena idea dejarla sola. Es una víbora, una que no recuerda sus propios colmillos, pero sigue siendo peligrosa. Podría husmear, encontrar algo, despertar lo que duerme en esa cabeza vacía. Pero no tengo opción. Cierro la puerta tras de mí, y me quedo un segundo con la mano en el pomo. Respiro hondo, sacudo las manos, asque
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Las marcas de mi cuerpo
ANYAEstoy frente al espejo del baño, desnuda, con la luz blanca pegándome en la cara como si quisiera sacarme la verdad a golpes. Mi piel está fría, el aire de esta maldita mansión se cuela por todos lados, pero no es eso lo que me tiene temblando.Me miro, de arriba abajo, y no sé quién carajo me está mirando de vuelta. Lev dice que soy su esposa, pero esta mujer en el reflejo no se siente como alguien que pertenece a nadie y mientras más me miro… la sensación no deja de aumentar.Mis dedos suben, lentos, y tocan las cicatrices que cruzan mi cuerpo como un mapa que no puedo leer.¿Qué es lo que me dicen? ¿Ellas saben quién soy? ¿Y por qué estoy dudando de la palabra de mi esposo?Las cicatrices son las que me deberían contar la verdad. No son pocas, y ninguna parece normal.Hay una en mi vientre, larga, horizontal, como si alguien hubiera usado una navaja para abrirme en dos. La rozo, y la piel está dura, rugosa, nada que ver con un “accidente” como el que Lev dice que tuve. Más arr
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Esposa sumisa
LEVElla está encima de mí, su cuerpo pequeño y caliente todavía pegado al mío, su respiración agitada rozándome el pecho. Sus piernas flanquean mis caderas, y el sudor de su piel se mezcla con el mío, como si me hubiera marcado.Estoy inmóvil, atrapado bajo su peso, y el aire se siente espeso, podrido. ¿Qué demonios hice? La dejé dominarme, montarme como si fuera suyo, y yo cedí, gruñendo como un animal en celo.Mis manos tiemblan de pura rabia, no contra ella, sino contra mí.La odio.La odio con cada fibra de mi ser, y aun así, me dejé. Me convertí en un maldito conejito asustado bajo sus manos, un conejo cachondo que se rindió a sus caderas. Pero ella debería ser la conejita, la presa temblando bajo mis garras, no yo.¡Joder! ¡Maldita hija de puta! Cree que de verdad soy su esposo.Me deslizo fuera de ella con cuidado, sus piernas flojas dejándome ir, y me levanto en silencio. No la miro. No quiero verla dormir, no quiero ver esa cara que me envenena. Camino al baño, mis pasos pes
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Las cosas que me gustan
ANYAUn olor a café me saca del sueño, y abro los ojos para encontrar a Lev sentado al borde de la cama, una bandeja en las manos. Pan tostado, mermelada, un vaso de jugo, y él mirándome con esos ojos grises que me derriten incluso a estas horas de la mañana.Se inclina, sus labios rozan los míos, y joder, mi cuerpo se despierta más rápido que mi cabeza. —Buenos días, Conejita —susurra, y su mano sube por mi pierna, caliente, posesiva, hasta detenerse en mi cadera. Sonrío, todavía atontada, y me siento contra las almohadas. Después de lo de anoche, de tenerlo bajo mis manos, de sentirlo gemir mientras lo montaba, esto es como un maldito sueño.—Buenos días. — Desayunamos juntos, él partiendo el pan y dándome pedazos como si fuera un ritual, y yo no puedo quitarle los ojos de encima. Me besa otra vez, más profundo, su lengua rozando la mía, y mi piel se eriza.Si esto es ser su esposa, tal vez no esté tan mal. Definitivamente no está mal y más después de lo de anoche.Lo deseo… lo d
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Domar a la fiera
LEVEl nombre de Boris sigue quemándome la cabeza, parece nada, pero puede significarlo todo.¿Quién es? ¡¿Qué es para Nikita?! Puede significar cualquier cosa, pero yo no tengo la respuesta. Esa maldita palabra salió de su boca como un disparo, y aunque la cubrí con la mentira del hámster, sé que no durará.Nikita Petrova está ahí, enterrada en su cerebro, y cualquier chispa puede despertarla.No puedo permitirlo. Hace cinco años, esa mujer casi me arrancó el corazón con una bala, y ahora duerme en mi cama, creyéndose mi esposa. Pero no soy estúpido. Sé que todo puede pasar en cualquier momento, que su mente puede romper el velo y traer de vuelta a la víbora que cazó a mis hombres como ratas.Esa noche no puedo dormir con ella. Su cuerpo caliente está demasiado cerca, su respiración lenta rozándome el pecho, y cada segundo siento que podría abrir los ojos y apuntarme con un rifle que no tiene.Durante la cena, deslizo un sedante en su vino, un polvo que se disuelve sin rastro. Ella b
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Fin del duelo
BORISNikita… Perderla fue como… como entrar en una espiral que no me dejaba salir, como respirar humo constantemente y no poder toser, quedarme con todo dentro, sin poder sacar nada de mí, pese a estar asfixiándome.Duele. Como si fuese ayer que recibí la noticia. Sin un cuerpo, sin nada. Lo peor es que el tiempo sigue pasando, pero en estas cuatro paredes no se siente así, aquí congelo todo, sus recuerdos, su aroma, su voz… su cuerpo y cada cicatriz, tan suya como mía. Nikita está en cada rincón de mi mente, como una maldita sombra que no suelta. Su risa, afilada como un cuchillo, sus ojos verdes cortándome mientras apuntaba un rifle.La entrené para ser la Zmeyka, la asesina perfecta y en cada misión, en cada charco de sangre, nos encontramos. Su cuerpo contra el mío en almacenes fríos, sus gemidos en moteles de Kryvsk, su juramento de amor antes de partir a Voravia para matar a Lev Zaitsev.—Mi Skolvar—me decía, y joder, yo era suyo. Pero hace nueve meses, Varkov, nuestro Vodir,
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Esposa perfecta
LEV La casa huele a pan recién horneado, un aroma cálido que se cuela bajo la puerta del despacho como una mentira bien contada.Nunca imaginé mi vida así, con migas en la mesa y una mujer en la cocina, como si tuviera un hogar, una familia.Estoy encerrado aquí, con un vaso de whisky en la mano, el hielo derritiéndose lento, mientras trato de entender qué carajo estoy haciendo. O no entenderlo, sino acostumbrarme a verlo. No había que entenderlo, con vivirlo ya era suficiente.Nikita Petrova, jamás había conocido a ninguna otra mujer tan letal como ella, de hecho, hasta antes de conocerla debo admitir que subestimaba mucho a las mujeres, quizás por eso fue un golpe bajo saber que justo una mujer era la que me estaba poniendo contra las cuerdas.Esa misma mujer con las que tantas veces tuve pesadillas y a la que en tantas ocasiones observé en coma, esperando que abriera los ojos para ver si me contenía de estrangularla está allá afuera, horneando pan, sirviéndome en la mesa, calentand
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Mi esposo
NIKITAEl dolor es lo primero que siento, un latido sordo en la cabeza que me arranca de la oscuridad. Abro los ojos, y la luz blanca me quema, como si alguien hubiera encendido un reflector en mi cráneo.Estoy en una cama, una maldita cama de hospital, con una bata blanca que apesta a desinfectante. Mi frente está vendada, y hay tubos clavados en mi brazo que no sé qué demonios hacen allí.¿Qué carajo pasó? Mi cuerpo grita, pero mi mente es más rápida, aguda, despierta.Soy Nikita Petrova, la Zmeyka, y no sé dónde estoy.¿Dónde estoy?¡¿Dónde estoy?!Me arranco los tubos, el pinchazo apenas un susurro contra la furia que me quema. La venda en la cabeza me aprieta, pero no la toco; no hay tiempo para lamentos. Mis músculos recuerdan, tensos, listos, como si nunca hubieran olvidado quién soy. La habitación es estéril, paredes blancas, un monitor pitando como un metrónomo. Me deslizo de la cama, los pies descalzos contra el suelo frío, y agarro los tubos arrancados, enroscándolos en mi
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