NIKITA
Horas. Entrenando. Como una bestia encerrada que vuelve a reconocer su cuerpo.
Era la primera vez que estaba sola desde que todo volvió a mi cabeza. Desde que recordé quién soy, desde que mi piel dejó de temblar al escuchar su voz y volvió a doler por algo más real: la abstinencia.
Las pastillas me faltan, y con ellas, la calma forzada que me mantenía en esa estúpida mentira de esposa perfecta.
No hay cámaras aquí. No hay ojos en los muros. Nadie puede verme. Eso es lo único que le agradezco.
Me até el cabello. Usé las vendas viejas como soporte para las muñecas. Empecé por lo básico: estiramiento. Cada músculo protestó al principio, pero no les di tregua. Tenía que recuperar lo que me pertenece. Mis reflejos. Mi fuerza. Mi temple. Todo eso que Lev casi me borra con esa droga de obediencia.
Me lancé al suelo. Lagartijas. Cien. Luego doscientas más. Abdomen. Espalda. Brazos. El sudor cayó al suelo como lluvia sucia. Luego las piernas. Sentadillas. Saltos. Patadas al aire. Una y