El invierno se instalaba con violencia en Voravia. La nieve cubría los techos oxidados de los galpones de armas y los camiones de contrabando como una ironía blanca.
Boris, sin embargo, no sentía el frío. Desde hacía semanas, su sangre estaba demasiado caliente. Demasiado decidida.
Sabía que no podía derribar un monstruo con fuerza bruta. A Viktor no se le vencía a tiros. Se le carcomía desde dentro, como una enfermedad silenciosa. Y él ya había comenzado la infección.
Los informes eran claros. Tres cargamentos interceptados. Dos pistas de tráfico cerradas por la policía, tras un chivatazo anónimo. Un almacén incendiado con precisión quirúrgica. Y cada ataque parecía tener el mismo sello: brutal, certero, sin piedad. Como Lev.
No fue difícil sembrar la idea. Los rumores se esparcían como aceite en un taller caliente. Alguien había traicionado la tregua. Alguien quería sangre.
Boris se encargó de reforzar la narrativa. Cada noche, en cada copa compartida con los mandos intermedios, dej