Ellyn y Sebastián regresaron al hotel en completo silencio.
El camino de vuelta había sido un reflejo del torbellino emocional que ambos llevaban dentro, aunque ninguno se atrevía a decir una palabra.
Al llegar al vestíbulo, él la tomó suavemente del brazo, deteniéndola justo antes de que subiera las escaleras.
—Ellyn… —dijo en voz baja, con una mirada que buscaba más allá de su fachada imperturbable—. ¿Estás bien?
Ella asintió, pero fue un gesto mecánico, casi vacío. Sebastián no se lo creyó, pero no insistió.
—Perdóname —murmuró ella, bajando la vista, como si le costara sostener la vergüenza que sentía—. No debí haberte metido en mis problemas. No te lo merecías… y mucho menos que te usara así.
Él sonrió con ternura, esa sonrisa que Ellyn no entendía cómo podía seguir ofreciéndole después de todo.
—Úsame todo lo que quieras, Ellyn —dijo él, tomándole el rostro con delicadeza, levantando su barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos—. Eso no me importa. Ya te lo dije… tú eres mi s