La despedida fue cálida, conmovedora.
Bruno y Asha abrazaron a sus padres con fuerza, con esa ternura que solo nace cuando se está a punto de iniciar una nueva vida.
Los ojos de sus madres estaban vidriosos, y los padres los miraban con orgullo. Fue un momento breve pero eterno. Después, tomados de la mano, partieron.
Subieron al auto. Bruno conducía, pero no dejaba de mirarla de reojo, como si aún no pudiera creer que Asha era su esposa. Ella sonreía, acariciando distraídamente su anillo mientras el paisaje pasaba lento por la ventanilla.
El silencio era cómodo. Una promesa.
El muelle estaba iluminado por luces suaves, y el barco los esperaba como un sueño colosal flotando sobre el agua. Era un crucero gigantesco, imponente, como salido de una fantasía.
Apenas pusieron un pie sobre la cubierta, Asha sintió que algo en su pecho vibraba de emoción.
Bruno le apretó la mano, y ella supo que ese viaje marcaría un antes y un después.
Antes de ir al camarote, se detuvieron bajo un cielo estr