—¡Ellyn, no lo escuches! —gritó la mujer con desesperación.
La voz de Melissa retumbó en el aire como un disparo.
Su cuerpo tembloroso se desplomó de rodillas frente a ella, sin importar que la falda de su vestido blanco se ensuciara con el polvo del camino.
—¡Te lo suplico, Ellyn! —sollozó, aferrándose a su muñeca—. No me robes al hombre que amo…
Ellyn se quedó inmóvil, como si su alma hubiera sido arrastrada a otra época.
El pasado se le clavó como un dardo en el pecho. Aquella niña dulce que compartía sus secretos, sus juegos infantiles, con quien se crio, sus peinados, sus confidencias adolescentes, y sus sueños de cuentos de hadas… ahora estaba llorando por el mismo hombre que alguna vez las separó.
¿Cómo habían llegado a este punto?
Melissa, su amiga de la infancia, su confidente. Hasta que apareció Clark. Y Aranza. Y las mentiras.
Ellyn tragó saliva. La escena era demasiado grotesca para ser real.
Clark avanzó con furia, su ceño fruncido y sus pasos firmes retumbaban como lati