Rodrigo liberó a su hija y la abrazó con una fuerza que parecía querer borrar todo el miedo y la angustia que ella había sufrido. Sebastián, a su lado, ayudó a Thomas a mantenerse firme.
Ambos miraron hacia el suelo, donde yacía Elen, y aunque su corazón deseaba odiarla, no pudieron evitar sentir una profunda tristeza. Habían sido familia durante tanto tiempo, y verla así, tan vulnerable, les dolía más de lo que esperaban.
La ambulancia llegó con rapidez, con sus luces intermitentes y el ruido ensordecedor. Pero, a pesar de los esfuerzos desesperados de los paramédicos, no pudieron hacer nada por ella. El silencio que siguió fue pesado, como si el mundo mismo contuviera el aliento.
Sebastián logró demostrar su inocencia y salió rápido de la comisaría. Afuera, lo esperaban Dianella, Thomas y Rodrigo, con rostros marcados por la preocupación, pero llenos de esperanza.
—Gracias por elegirme —le dijo Dianella con voz temblorosa, abrazándolo con todo el amor que solo una hija puede dar.
—La