Un mes después, la noticia llegó como una sombra que nadie esperaba.
Iker había muerto. Asha se enteró en una tarde gris, en la que el viento parecía murmurar lamentos que no eran suyos.
La noticia no la rompió de inmediato, pero algo dentro de ella se apagó silenciosamente.
No lloró al instante; solo se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos y el pecho atascado de una tristeza que no sabía cómo salir.
—¿Qué pasó? —preguntó Bruno al ver su expresión vacía, descolocada, como si hubiera visto un fantasma.
Ella solo extendió el celular con la noticia.
Él la leyó. Tardó unos segundos en entender. Luego la miró con el mismo desconcierto.
—Iker... —susurró— ¿estás bien?
Asha no respondió.
Dio un paso hacia atrás, luego otro, como si necesitara espacio para que el dolor tuviera dónde caer.
Finalmente, habló, pero su voz estaba hueca.
—Eligió la puerta fácil… —murmuró, con una mezcla de rabia y compasión—. Pudo haber tenido una buena vida. Pudo haberse salvado. Pero eligió esto. Se arrepint