Lucia es una joven llena de virtudes y dones que la hacen destacar de entre las demás, sin embargo, ella es incapaz de notar el poder de seducción que posee. Nacida en un hogar en el que no hay suficientes recursos y no había una figura paterna más que su abuelo. Debe luchar para convertirse en alguien en la vida. Lamentablemente, sus esfuerzos serán insuficientes cuando su amada abuela enferma de gravedad. En su travesía por obtener éxito unido a su temor por salvar la vida de su abuela, conocerá a dos hombres que le revelarán dos distintas perspectivas del amor, pero sobre todo las consecuencias que ocasionan las decisiones que tomamos.
Leer másHilda, Lionel y Alexander cenaban en un silencio denso, apenas perturbado por el tintinear de los cubiertos sobre la porcelana. Cada bocado, cada movimiento, se sentía frío y calculado, como si la mesa fuera el escenario de un ritual ancestral.—Todo exquisito, tía Hilda… como siempre —musitó Alexander, con una reverencia que rozaba lo servil.Hilda respondió con una sonrisa sinuosa, satisfecha. De los hijos de Lionel, Alexander era su predilecto: dócil, moldeable, un instrumento útil para sus propósitos. Noah, en cambio, era el rebelde, la espina que no lograba arrancar. Lo odiaba y lo admiraba en la misma proporción. Aarón, el más joven, todavía era un enigma en su tablero de ajedrez; sus impulsos rebeldes prometían ser igual de peligrosos, pero más fáciles de dirigir.Ella no había renunciado a domar a Noah, como antaño había do
El escándalo que armó mi madre al verme el labio hinchado no fue de este mundo.—Por favor, mamá, bájale al drama —rogaba yo, tratando de sonar convincente—. Ya te expliqué que me caí como una tonta subiendo la acera, todo por estar pegada al teléfono.—Seguro que al celular no le pasó nada, ¿verdad? —replicó con sarcasmo.—Por suerte, no. Y qué alivio, porque no tengo un peso para comprarme otro —respondí, forzando una sonrisa.—Ese estatus ya cambió, ¿o me equivoco? ¿Acaso tu novio no es Noah Duarte de León?—Eso fue un golpe bajo, mamá —protesté, sintiendo el calor subir a mis mejillas.Mi abuelo, testigo silencioso de mi caída fingida, intervino
Tuve que hacer una excelente actuación para que Noah no notara mi estado ansioso; sonreír cuando me sentía rota no era fácil. Continuaba aturdida por lo sucedido horas atrás. Hablamos un largo rato mientras Verónica conducía de regreso a casa. En ese momento, la agenda ocupada de Noah jugaba a mi favor, ayudando a que no se enfocara demasiado en mi estado de ánimo.—El viernes pasaré por ti, es nuestro día especial… pero pienso agregar el sábado también. Cariño, más pronto de lo que supones se sumarán muchos más —me aseguraba con ternura. Su voz me hacía bien; no obstante, la culpabilidad no me abandonaba. Los labios de Gabriel irrumpían en mi mente sin ser invitados.—Un día a la vez… —murmuré.—Lucía, debo dejarte. Tengo una reunión con los programadores. Supongo que tendré que recompensarte por tanta ausencia.—Yo te entiendo, así que no hay problema. Desde un principio sabía en lo que me estaba metiendo.Noah soltó unas carcajadas al otro lado del auricular.—¡Parece que hablaras
Nancy Argüelles.La visita de Lucía había sido como un huracán, arrasando con todo a su paso. En cuanto la muchacha cruzó el umbral, algo en su hogar se alteró. La energía de su hijo cambió de forma palpable. Nancy percibió la huella de Gabriel como un aroma inconfundible: deseo y necesidad entrelazados, tan intensos que casi podía oler las feromonas impregnándose en Lucía. Así de feroz era el magnetismo que su hijo irradiaba.Con un suspiro, Nancy se retiró a su pequeño santuario. Necesitaba meditar, limpiar su alma, buscar el equilibrio. No podía guiar a Gabriel si ella misma no encontraba la paz. Al llegar a su rincón sagrado, el silencio la envolvió con un peso antiguo. Cerró los ojos, pero en lugar de hallar calma, los recuerdos la asaltaron como espectros. El ciclo, ese ciclo maldito, volvía a acechar… ahora, a su hijo.Al tocar a Lucía, había sentido vestigios que le resultaban horriblemente familiares. Eran los mismos rastros que una vez marcaron su propio destino. Un nudo se
3:40 p.m.Anastasia había permanecido en silencio casi todo el día. Matilde, atenta desde su rincón, la observaba con preocupación. No quería suponer que doña Amelia había empeorado, pero conocía bien esa quietud cargada de tormenta. Suspiró. Si algo sabía Matilde era reconocer el dolor de una mujer, incluso cuando se ocultaba bajo pretensiones y falsas sonrisas.—Ana… ¿Te tomas un café conmigo? —le propuso con dulzura.—Gracias, Matilde, pero aún no termino.—Has pulido esa mesa tres veces en lo que va del día. Más brillo no vas a sacarle —le respondió con una media sonrisa, mientras le tomaba la mano con firmeza y le quitaba el paño de limpieza—. Vamos, sé que lo necesitas.Anastasia no encontró una excusa convincente. Sin más defensa, aceptó la invitación de su amiga.Ya en uno de los cafetines de la empresa, Matilde la abordó sin rodeos.—Ahora sí, Ana… ¿qué te sucede? Esta mañana eras la viva imagen de una muerta en vida. ¿Está bien tu madre?—Está estable, gracias a Dios.—Ajá…
Todo se estaba saliendo de control. Laura no había ido sola: dos mujeres más la acompañaban, y todas parecían recién salidas de un ritual de venganza.—¡¿Esa pelirroja es tu nueva golfa?! —bramó Laura como una posesa, señalando a Verónica con los ojos inyectados de rabia.—No te debo ninguna explicación —le espetó Javier con el rostro endurecido—. Esta relación se quebró hace tiempo. Así que lárgate. No quiero verte ni un segundo más.—¡No me iré hasta sacarle los ojos a esa desgraciada roba novios!—¡Acércate, que yo no te temo, despechada! —le respondió Verónica desde más atrás, desafiante, sin vacilar.—¡¿Qué está sucediendo aquí?! ¡No permitiré escándalos frente a mi casa! ¡Se van inmediatamente o llamo a la policía! —intervino Nancy, alarmada al ver el espectáculo que se formaba en su jardín.—¡Usted debe ser la mamá del alcahuete de Gabriel! ¡Él es el culpable de que Javier me dejara! —Laura parecía poseída por una fuerza que la devoraba desde adentro.Giré hacia Gabriel. Él obs
Me intimidaba verlo sin camisa. Los nervios me recorrían como una corriente incontrolable. Intenté desviar la mirada hacia cualquier otro punto, algo que disipara aquella sensación ardiente que me consumía… pero fue inútil.Mis ojos, atrapados en un trance involuntario, se negaban a apartarse de él. Gabriel sostenía al halcón con la misma solemnidad con la que un dios cargaría su emblema. En su pecho desnudo, una imagen me robó el aliento: un lobo pintado, sin pelaje, delineado en grises, parecía formar parte de su carne. No era sólo un tatuaje. Era como si esa criatura se hubiera fundido con su cuerpo, en una danza simbiótica y poderosa. Aquella dualidad entre hombre y bestia despertaba en mí una fascinación difícil de explicar.El lobo, con los ojos abiertos —del mismo color que los de Gabriel—, aullaba hacia una luna invisible. Aquella imagen, recostada sobre su torso, realzaba su atractivo de manera desquiciante. Si ya era imposible negar que Gabriel era un hombre hermoso, con ese
Ahí estaba yo, esperando a Verónica para cumplir mi promesa suicida: ir a ver a Gabriel. El sonido de la corneta del coche anunció su llegada. Bajó el vidrio, revelando su rostro espectacular enmarcado por unos lentes de sol que contrastaban con su melena rojiza y brillante.—¡Sube, que desfallezco de hambre! —exclamó con su dramatismo habitual.No perdí tiempo y me acomodé en el asiento del copiloto. Yo también me moría de hambre.Verónica arrancó el coche y puso música suave. Antes, programó el GPS que nos llevaría directo a la casa de Gabriel.—Vaya, lo tienes todo planeado —comenté.—Querida amiga, Javier y yo hablamos cada segundo. Anoche me pasó la dirección. Quería venir por nosotras, pero le ahorré el viaje. Noah va a explotar si se entera de que te acompaño a ver a Gabriel… Pero bueno, que se aguante, primero fue sábado que domingo.—Ni lo digas, por favor. Yo quedo peor. Noah me prohibió acercarme a Gabriel.—Entiendo la postura de Noah. Gabriel le declaró la guerra abiertam
El alivio en los ojos de mi abuela al verme no tenía precio. Apenas crucé la puerta, corrió a abrazarme con fuerza. Mi abuelo también estaba presente, sereno, con su típica postura: las manos entrelazadas detrás de la espalda y esa mirada que siempre me transmitía una calma ancestral.Me sentí culpable. Culpable por haberles preocupado, especialmente a ella, que atravesaba un proceso tan doloroso. En ese instante comprendí realmente lo que significa: “No tomes decisiones con la rabia a flor de piel o con la felicidad inundando tus neuronas”, porque cuando la euforia se disipa, la realidad te grita al oído: “La has cagado”.—Siento muchísimo haberme comportado como una déspota inmadura —susurré, aún aferrada al pecho de mi abuela.—No digas nada más, mi amor. Lo importante es que estás aquí… y que este caballero te trajo de regreso a nosotros —respondió, alzando luego la mirada hacia Noah.—Gracias por cumplir tu palabra —añadió, con voz suave pero cargada de gratitud.—Una promesa es