Mi madre y mi abuelo habían pasado la noche junto a la abuela en el hospital. Mi tío Gilberto, el único hermano de mamá, venía en camino desde otra ciudad. Le costaría llegar. Por eso, ese día no fui a la universidad. Me tocaba cubrir la ausencia de mamá en su trabajo. Por suerte, contaba con Verónica, mi mejor amiga; me enviaría los apuntes y grabaría la clase para mí. Una preocupación menos.No dormí. La imagen de mi abuela desplomándose seguía clavada en mi mente. Había cumplido 73 años hacía poco, y pese a su edad, siempre fue fuerte, activa, capaz. Verla tan frágil, pálida, tendida en el suelo… Era distinto saber que todos moriremos que enfrentarlo de cerca. Solo imaginar perderla me sacudía el alma.A la mañana siguiente, sin haber preparado almuerzo, tomé dinero de mis ahorros. En ese momento, cualquier gasto estaba justificado. Alisté lo primero que encontré: jeans, sudadera azul claro y una camiseta vieja de Led Zeppelin. Observé el estampado: unas escaleras al cielo. Suspiré 
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