Hilda Duarte de León no dudó ni un instante antes de acercarse al lugar donde entrevistaban al ganador. Lo observó detenidamente, con lentitud, convencida cada vez más de que aquel joven poseía los mismos ojos que su difunto padre, hasta en los gestos.
—Dios mío… sus ojos —murmuró, casi hipnotizada por aquella mirada única.
Quien escuchara a Hilda podría pensar: “Existen otras personas en el mundo con ojos grises”. Pero este no era el caso. Había diferencias, sutiles pero evidentes, porque incluso la forma de los ojos se parecía profusamente a los de Ethan Duarte de León.
La luz del sol le daba en el rostro a Gabriel, resaltando un brillo especial en su cabello castaño oscuro cenizo. Sus labios esbozaban una sonrisa mientras respondía a las preguntas de la entrevista. Cuando los rayos iluminaron con más fuerza sus ojos, Hilda contempló el gris moteado de ámbar en sus iris, ese tono amarillento que le confería el famoso “ojo de lobo”. Incluso la sonrisa era idéntica a la de su padre.
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