María despertó de golpe, sin saber qué la había sacado del sueño.
La habitación estaba envuelta en una penumbra cálida, y el silencio era tan profundo que el sonido de su propia respiración le pareció demasiado alto.
Tardó unos segundos en entenderlo: no estaba sola.
El brazo de Carlo reposaba sobre su cintura, pesado, firme, como si hubiera nacido para estar ahí. Su cuerpo, sólido y caliente, se acomodaba a la curva de su espalda. Y lo más desconcertante… es que no recordaba haberle permitido acercarse.
¿Cuándo sucedió?
Tenía un vago recuerdo de cuando él se acercó o de cuando sintió su mano la primera vez, pero ese momento el sueño la venció y creyó que aquello no era real, como todo lo que estaba ocurriendo con su vida.
Intentó moverse, pero su mano se apretó levemente, no como una amenaza, sino como quien se aferra instintivamente a algo valioso en mitad del sueño.
¿Por qué se había acomodado así junto a ella? Se supone que no la iba a tocar, pero allí estaba, como una garrapata a