El motor del sedán vibraba bajo las manos de Emilia, pero la sensación de avance no le alcanzaba.
Era como si el mundo entero se moviera en cámara lenta mientras su corazón latía a golpes, tan fuerte que le dolía la garganta.
Cada destello de los semáforos, cada luz de la ciudad, le recordaba a Lucas, a la posibilidad de perderlo.
—No puede ser —susurró, apretando el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos— No puede estar pasando otra vez.
Sofía, en el asiento del copiloto, no compartía su desesperación.Tenía la mirada fija en la tablet que, de algún modo, había recuperado señal. Sus dedos bailaban sobre la pantalla con una precisión quirúrgica.
—Respira, Emi —dijo, sin levantar la vista—. Lo encontraremos. Rafaela no se saldrá con la suya tan fácil.
—¡No entiendes! —la interrumpió Emilia, la voz quebrada—. Ella lo odia, Sofía. No va a detenerse.
La amiga giró la cabeza por un instante. Sus ojos, oscuros y firmes, brillaban con una calma que casi irritaba.
—Claro que lo