Hace quince años, Emilia Wik, una niña de familia humilde, asistió por primera vez a un campamento de verano exclusivo para millonarios, gracias al ahorro secreto de sus abuelos. Allí conoció a Lucas Thoberck, un joven heredero acostumbrado al lujo, y juntos hicieron una promesa bajo el cielo estrellado: nunca dejarían de pensar el uno en el otro y se reencontrarían cuando Emilia cumpliera 23 años, con la intención de formar una familia y casarse. Ahora, Emilia es una investigadora privada valiente y decidida, mientras que Lucas es vicepresidente de la poderosa empresa TecnInv. Sus mundos han cambiado, pero la promesa que hicieron en la infancia sigue viva, y cuando el destino los reúne, la tensión, la pasión y los recuerdos reprimidos explotan entre ellos. Entre diferencias de clase, secretos y deseo intenso, Emilia y Lucas descubrirán que el amor verdadero no entiende de tiempo ni barreras.
Leer másLa primera vez que Emilia Wik vio el campamento, pensó que había entrado en otro mundo. Las cabañas eran enormes, con techos brillantes de madera barnizada, y el lago cercano parecía un espejo infinito que reflejaba el cielo. Tenía apenas ocho años y llevaba un vestido sencillo que su abuela había cosido especialmente para la ocasión. Para ella, estar allí era un milagro: sus abuelos habían ahorrado cinco años enteros para pagarle aquella experiencia que, en teoría, solo pertenecía a hijos de millonarios.
Entre risas y gritos de niños que corrían con zapatillas nuevas y mochilas de marca, Emilia se sintió pequeña. Casi invisible. Se abrazó a sí misma, con la mochila gastada colgando de un hombro, y pensó que quizá había sido un error venir.
Hasta que lo vio.
Lucas Thoberck. Tenía once años, un poco más alto que los demás, cabello castaño oscuro y una seguridad en los ojos que lo hacía destacar. No se reía tanto como los otros; más bien observaba, como si siempre buscara algo que los demás no podían ver. Cuando sus miradas se cruzaron, Emilia sintió un estremecimiento extraño, como si su pecho hubiera despertado de golpe.
Él se acercó sin dudar, con paso firme, como quien sabe exactamente a dónde quiere llegar.
—H-hola… —balbuceó Emilia, bajando la mirada, aunque sus mejillas ardían.
Lucas se sentó a su lado en el césped, como si lo natural fuera estar con ella y no con el grupo de niños ricos que lo rodeaban antes.
—Sí… mis abuelos ahorraron mucho para que pudiera venir.
Lucas parpadeó, sorprendido. Esa sinceridad era algo que no escuchaba entre los demás, acostumbrados a presumir autos de lujo o viajes al extranjero.
La sonrisa que le regaló en ese momento hizo que Emilia sintiera un calor inexplicable en el estómago. No lo sabía entonces, pero algo dentro de ella había cambiado para siempre.
Esa noche, el campamento organizó una fogata bajo las estrellas. El cielo se desplegaba en un manto infinito de luces blancas, tan intenso que parecía que las estrellas hubieran descendido un poco para acompañarlos. Emilia estaba sentada sola, abrazando sus rodillas, cuando Lucas se acomodó a su lado.
Durante un largo rato no hablaron. Solo miraban hacia arriba, hacia ese universo inmenso que parecía contener todos los secretos. Hasta que Lucas, con un gesto solemne, tomó la mano de Emilia.
—Quiero hacerte una promesa —dijo, bajando la voz como si compartiera un secreto prohibido.
Ella lo miró con ojos brillantes, sorprendida por la seriedad de su tono.
Lucas apretó suavemente sus dedos.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas y hermosas. Emilia sintió que algo ardía en su pecho, una emoción tan fuerte que apenas podía respirar.
Lucas sonrió con la satisfacción de alguien que acababa de sellar un pacto eterno.
Esa noche, mientras todos cantaban alrededor del fuego, Emilia y Lucas compartieron un silencio cargado de algo más grande que ellos. A su corta edad no podían comprenderlo, pero en lo profundo de sus almas ya se había encendido un fuego destinado a crecer.
Cuando se despidieron, sus manos se separaron con lentitud, como si el contacto hubiera quedado grabado en la piel. Y aunque no lo sabían, aquel momento bajo las estrellas no sería un simple recuerdo infantil, sino el inicio de una historia marcada por el amor, el deseo y un destino imposible de evitar.
El amanecer sobre la ciudad no tenía la calma de una reconciliación, sino la presión de un nuevo comienzo. Emilia despertó antes que Lucas. Lo observó dormido, la respiración tranquila, pero con el ceño todavía fruncido, como si los sueños también guardaran la desconfianza. Debo demostrarlo, pensó. No con palabras, sino con trabajo.Cuando él abrió los ojos, ella ya estaba de pie, recogiendo sus cosas.—Voy a la agencia temprano —dijo, en un tono suave—. Quiero coordinar con Sofía el seguimiento de las cuentas y entregar los informes a tu equipo de auditoría.Lucas solo asintió, sin promesas, sin caricias. Esa frialdad le recordaba que nada podía borra meses de silencio con una noche de pasión por ahora.En la sede de TecnoInv, la atmósfera era densa. Empleados cruzaban pasillos con carpetas y miradas inquietas. Emilia entregó a la junta directiva una presentación clara: rutas de lavado, protocolos de seguridad vulnerados, recomendaciones para blindar la información. No se limitó a s
El restaurante elegido por Emilia era pequeño, elegante, con ventanales que dejaban ver la lluvia suave que caía sobre la ciudad. La mesa para tres estaba preparada en un rincón discreto. Sofía llegó primero, el cabello aún húmedo por la llovizna, con esa energía tranquila de quien sabe que hizo lo correcto.—No debías invitarme, Emi —dijo, quitándose el abrigo—. Solo hice mi trabajo.—Salvaste más que una empresa —respondió Emilia con una sonrisa agradecida—. Nos salvaste a todos.Lucas apareció segundos después. Traje oscuro, gesto contenido. Saludó a Sofía con una cortesía impecable, pero sus ojos buscaron de inmediato a Emilia, como si necesitara asegurarse de que seguía allí.La cena transcurrió con anécdotas de la investigación, risas por lo bajo y un brindis breve por la justicia. Sofía, siempre perspicaz, notó las miradas que iban y venían entre ellos, pero no comentó nada. Cuando se despidió, dejó a la pareja frente a la puerta del restaurante con una sonrisa que decía más de
El despacho quedó en un silencio tan denso que Emilia sintió el latido de su propio pulso. La ciudad, tras el ventanal, ardía en luces lejanas, indiferente a todo lo que había pasado en esas paredes.Lucas apoyó las manos en el escritorio revuelto, respirando hondo. La luz de la madrugada delineaba su silueta con un brillo acerado.—Así que —dijo finalmente, sin mirarla—, tenías una amiga en la policía de investigaciones. Su tono no era una pregunta, era una acusación.—Sofía —respondió Emilia con cautela—. Sí. No podía confiar solo en los canales internos. Ella es una mujer de confianza. La conozco de toda la vida.Lucas levantó la cabeza. Sus ojos, oscuros, parecían una tormenta a punto de romperse. —Y tampoco en mí, ¿verdad?Emilia dio un paso al frente. —No es eso. Sabes que lo hice para protegerte. Para proteger la empresa y no arruinar por lo que te haz preparado toda la vida.—¿Protegerme? —Lucas soltó una risa breve, amarga—. Te desapareces, reapareces con pruebas que podrían
La madrugada estaba teñida de un gris metálico cuando el equipo de la Policía de Investigaciones terminó de asegurar los servidores principales. Sofía hablaba por radio con la fiscalía, confirmando que todas las copias y registros habían sido resguardados. El edificio de TecnoInv, normalmente impecable, se sentía como un campo de batalla silencioso.Pero en el piso veintidós, una alarma interna parpadeó en las cámaras de seguridad.—Movimiento en la oficina de la junta —avisó uno de los agentes, mirando la pantalla—. Una tarjeta de acceso acaba de desbloquear la puerta a esta hora.Sofía frunció el ceño.—¿Quién tiene autorización a esa hora?—Solo miembros de la junta —respondió el técnico.Emilia y Lucas intercambiaron una mirada de comprensión inmediata.—Rafaela —dijeron al unísono.Sin esperar órdenes, Lucas se lanzó hacia el ascensor. Emilia lo siguió con Sofía y dos agentes detrás. El silencio de la subida solo era interrumpido por el pitido de los pisos.Al abrirse las puertas
Las luces de TecnoInv parecían nunca apagarse. A las tres de la mañana, los ascensores seguían zumbando, aunque la mayoría de las oficinas estaban en penumbra. Emilia aguardaba en el vestíbulo junto a Lucas, con la carpeta de pruebas apretada contra el pecho. Cada minuto pesaba como plomo.El sonido de tacones rápidos anunció la llegada de Sofía Herrera. Su cabello oscuro estaba recogido en una coleta alta; el abrigo de la Policía de Investigaciones le confería autoridad natural. Tras ella entraron dos agentes vestidos de civil, portando maletines con sellos judiciales.—Emi —saludó Sofía, abrazándola brevemente antes de ponerse seria—. Tenemos la orden firmada. El fiscal quiere todo resguardado antes de que amanezca. ¿Él es el vicepresidente?—Lucas Thoberck —respondió él, extendiendo la mano. Su voz era controlada, pero sus ojos estudiaban cada gesto de la oficial.Sofía asintió.—Necesitaremos acceso completo a los servidores, bóvedas de datos y cuentas internas. ¿Podrá acompañarno
El silencio en el despacho de cristal se volvió casi insoportable. Lucas continuaba de pie, con la carpeta de pruebas en la mano, la mirada fija en los datos como si quisiera quemarlos con los ojos. Emilia, aún temblando, reunió el valor para romper esa quietud.—Lucas —dijo con voz firme, aunque el corazón le latía a destiempo—. No tenemos que enfrentarnos a esto solos. Tengo a alguien en quien puedo confiar… mi mejor amiga. Se llama Sofía Klein. Trabaja en la Policía de Investigaciones, en la unidad de delitos financieros.Lucas levantó la vista, por primera, una vez que ella terminó de hablar. Sus ojos, endurecidos por la rabia inicial, ahora mostraban una chispa de curiosidad y cautela.—¿Puedes fiarte de ella? —preguntó, el tono seco pero más contenido que antes.—Más que de nadie —aseguró Emilia—. Crecimos juntas. Es meticulosa, incorruptible. Si alguien puede iniciar una investigación limpia y rápida, es Sofía. Ya tenemos pruebas suficientes para que la fiscalía mueva un juici
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