La madrugada estaba teñida de un gris metálico cuando el equipo de la Policía de Investigaciones terminó de asegurar los servidores principales. Sofía hablaba por radio con la fiscalía, confirmando que todas las copias y registros habían sido resguardados. El edificio de TecnoInv, normalmente impecable, se sentía como un campo de batalla silencioso.
Pero en el piso veintidós, una alarma interna parpadeó en las cámaras de seguridad.
—Movimiento en la oficina de la junta —avisó uno de los agentes, mirando la pantalla—. Una tarjeta de acceso acaba de desbloquear la puerta a esta hora.
Sofía frunció el ceño.
—¿Quién tiene autorización a esa hora?
—Solo miembros de la junta —respondió el técnico.
Emilia y Lucas intercambiaron una mirada de comprensión inmediata.
—Rafaela —dijeron al unísono.
Sin esperar órdenes, Lucas se lanzó hacia el ascensor. Emilia lo siguió con Sofía y dos agentes detrás. El silencio de la subida solo era interrumpido por el pitido de los pisos.
Al abrirse las puertas