El despacho quedó en un silencio tan denso que Emilia sintió el latido de su propio pulso. La ciudad, tras el ventanal, ardía en luces lejanas, indiferente a todo lo que había pasado en esas paredes.
Lucas apoyó las manos en el escritorio revuelto, respirando hondo. La luz de la madrugada delineaba su silueta con un brillo acerado.
—Así que —dijo finalmente, sin mirarla—, tenías una amiga en la policía de investigaciones. Su tono no era una pregunta, era una acusación.
—Sofía —respondió Emilia con cautela—. Sí. No podía confiar solo en los canales internos. Ella es una mujer de confianza. La conozco de toda la vida.
Lucas levantó la cabeza. Sus ojos, oscuros, parecían una tormenta a punto de romperse. —Y tampoco en mí, ¿verdad?
Emilia dio un paso al frente. —No es eso. Sabes que lo hice para protegerte. Para proteger la empresa y no arruinar por lo que te haz preparado toda la vida.
—¿Protegerme? —Lucas soltó una risa breve, amarga—. Te desapareces, reapareces con pruebas que podrían