Lucas revisó el teléfono por enésima vez.
El mensaje de Emilia —Necesito distancia. No me busques.— ardía en la pantalla como una herida. No había señal de vida: ni llamadas, ni rastros en redes, ni movimientos de su cuenta bancaria.
Golpeó el escritorio con la palma.
—No… no puede haberse evaporado.
En la oficina de TecnoInv, los socios lo observaban con discreción. Algunos murmuraban, otros fingían neutralidad. Lucas se forzó a mantener la compostura en las reuniones, pero cada minuto lejos de ella le pesaba como una eternidad.
Su primera parada fue la agencia de investigación donde trabajaba Emilia.
—Lo siento, señor Thoberck —respondió la recepcionista, incómoda—. La agente Wik presentó su traslado hace tres días. No dejó dirección.
Tres días. Antes del mensaje.
El corazón de Lucas se apretó.
Intentó contactar a los abuelos de Emilia, a sus antiguos compañeros. Nadie sabía nada. Ni una pista. Era como si hubiera planeado la desaparición con precisión quirúrgica.
Mientras tanto, a