30. Ángeles
Indra.
Para mi alivio, las enormes rejas de Dante ya nos esperaban abiertas para la privada celebración.
Al descender sobre la calle, ya que las camionetas no pudieron entrar al gran estacionamiento, estoy segura de que abrí la boca a más no poder.
Sofía no me había dejado ser parte de la organización del evento, pues sabía que le iba a decir que no a muchas cosas innecesarias.
Como esta.
Admiré el inflable gigante de color blanco, con resbaladilla incluida y piscina de pelotas, que ocupaba toda la entrada.
El resto del acceso estaba cubierto de más globos blancos rellenos de helio, atados a finas macetas doradas que contenían flores blancas.
La máquina de burbujas ya había atrapado la atención de los gemelos, quienes estaban en ropa más cómoda, para alivio de todo el mundo.
Me acerqué a las puertas de madera de la entrada a la mansión, abiertas de par en par.
La sala de Dante había sido transformada con una larga y cómoda alfombra repleta de almohadas, que continuaban hasta el balc