21. Tráeme de vuelta a la vida
Fausto.
Minatitlán, Veracruz.
En medio de la calurosa noche, el reflejo de las luces blancas chocaron contra la bolsa negra que cubría la cabeza del hombre amarrado a la silla de metal.
Di un paso firme y se la arranqué de un tirón.
El mentón estaba reventado en varios puntos, un ojo irreconocible, moretones por todas partes. El rostro demacrado de Carlos García me devolvió una mirada temeraria.
—Salazar lo sirvió en bandeja de plata... un poco más madreado de lo que me gustaría —dijo Ulises con su tono simplón, pero yo ni me inmuté.
—La Marina lo recogerá en media hora. Tengan todo listo —ordené en voz alta, y volví a darle otra calada a mi puro.
Finalmente. Después de meses.
La maldita guerra que me habían declarado los cárteles contrarios había terminado.
Y de nuevo, yo había ganado.
Era mi destino.
Los García y los cuerpos empalados de los Hermanos Hernández eran prueba irrefutable de la violencia que estaba dispuesto a ejercer contra cualquiera que se atreviera a cruzarme. Tenía