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Capítulo 6: Una herida a tu corazón

SIENNA

El tiempo esta en mi contra porque si Adriano llega con la comida antes de que alcance esas malditas llaves, estaré perdida. He intentado de todo para alcanzarlas y aún no lo consigo. Intenté crear un tipo de soga con mi sábana y lo único que logré es perderla también.

El dolor en mi hombro y el ardor incesante se vuelve desesperante. Pero cuando dejo caer mi rostro sobre el suelo, agotada, en mi rango de vista veo algo que podría servirme como último intento.

— ¿Cómo no lo vi antes? —murmuro, mientras me doy una bofetada mental por ser tan tonta.

En el suelo, al lado de las pinturas hay uno de los pinceles mas largos que me trajeron. De hecho, no lo había utilizado, hasta ahora…

Si vuelvo a intentarlo, mientras sostengo el pincel como si fuera una extensión de mi brazo, tal vez logre alcanzar el anillo de las llaves.

El corazón empieza a latirme desbocado. Sin un plan y mucho menos una idea de a donde ir, lo único que me queda es esperar encontrar una salida pronto. Pero primero, debo escapar de esta maldita jaula.

Me acuesto completamente sobre la madera y estiro mi mano a través de los barrotes. Solo un poco más. Unos centímetros más para mi libertad. Un quejido escapa de mi boca por la protesta de mi hombro. Mi mejilla presiona sobre el frío hierro.

— Vamos… vamos… —ruego al cielo que me ayude. No puedo morir sin antes haber intentado salir de aquí.

Seguramente me disloque el hombro, pero hacer un último empuje podría ser mi salvación. Con mucho temor y todo mi cuerpo temblando, me ayudo con mi mano libre, ejerciendo fuerza para que mi brazo alcance las llaves.

El golpe en mi hombro contra los barrotes hace que se me escape un grito ahogado de dolor. Pero, no ha sido en vano, la madera del pincel atraviesa la argolla que une las tres llaves de formas extrañas.

Al atraerlas hacia mí, un alivio se instala en mi corazón y el dolor pasa a segundo plano. No dudo ni un segundo en ponerme de pie y empezar a probar las llaves en la puerta de la jaula.

La primera no entra en la cerradura, la segunda tampoco, por lo que espero que la tercera sea la vencida. Mis manos tiemblan descontroladamente mientras giro no una sino dos veces, hasta que, con un breve chirrido empujo los barrotes para abrirla.

Lo he conseguido.

Casi estoy al borde de las lágrimas cuando mis pies descalzos cruzan el umbral. Sin embargo, la pregunta que había querido evitar llega a mi mente como un relámpago: ¿Qué diablos haré ahora? La respuesta: No tengo idea.

Cuando todo esta en tu contra no queda de otra que arriesgarse. Podrían descubrirme apenas salga, como también puede que no sea así.

Por supuesto, no soy tan estúpida como para salir corriendo despavorida sin un arma. Entonces, tomo la daga que estaba incrustada en la pared. Esa que casi me clava Massimo Leone la primera vez que desperté en esta jaula.

— Sabía que iba a servirme en algún momento…

Aún no contenta con eso, como medida de prevención arrastro la sabana que había perdido fuera de la jaula hasta esta. Intento, con mi almohada hacer que parezca que estoy debajo de la gruesa sabana. Sí Adriano entra, lo primero que verá será esto, hasta que luego se pregunte por qué no respondo a su llamado. Parecerá que estoy envuelta y que no quiero salir.

No será por mucho, pero incluso unos minutos de distracción podrían darme la ventaja que necesito.

Sin más, me encamino a la puerta de salida de la oficina, con las llaves en una mano y la daga en la otra. Por suerte, mi puntería es excelente. Lo descubrí una vez que un hombre me pagó un buen dinero para que jugara a lanzar hachas y flechas a una diana. Me pareció algo extraño, pero no pude resistirme al monto que iba a pagarme solo por una hora de trabajo.

Tiempo después su rostro estaba en todas las calles y los noticieros. Lo capturaron por asesinar a tres personas de la misma manera: Las invita a practicar puntería por un pago exorbitante.

No sé qué vio ese día en mí, o por qué no terminó su cometido. Pero gracias eso, ahora tengo oportunidad de salir de aquí con vida.

Sí, he estado muchas veces al borde de la muerte. Y quien sea que esté cuidándome desde allá arriba, espero también me ayude en esto.

La llave entra y la puerta se abre sin problema. El sigilo se apodera de todos ms sentidos y se vuelven uno. No hay nadie en el pasillo, pero… ¿Qué diablos? 

Todo grita lujo. Desde la alfombra color vino que de seguro vale millones, hasta los pequeños candelabros que cuelgan del techo, formando un tenue ambiente.

¿Dónde estoy metida?

Cierro tras de mí, y comienzo a caminar con la espalda pegada a la pared, para poder tener mas alcance con mi vista.

Llego hasta unas escaleras de caracol demasiado descubiertas como para bajar sin ser vista.

— M****a… —murmuro cuando escucho pasos subiendo por lo escalones de mármol.

Corro en puntillas hasta la intersección entre pasillos. Hay uno al frente, otro a mi derecha y el de atrás que era por el que venía. Ya que me niego a devolverme, me dirijo hacia la derecha y ruego porque la persona no tome este camino.

Mi corazón retumba en mis oídos, la daga se me resbala un poco entre los dedos por el sudor. Me detengo justo antes de una curva en el pasillo, y cuando me asomo…

Ahí está.

Adriano.

Lleva el cabello recogido en una media coleta, y sostiene una bandeja con comida caliente que humea, haciendo que el olor a carne y pan me golpee directo en el estómago. Pero lo más extraño de todo no es que haya subido, sino que no se dirige hacia la oficina de Massimo.

¡No!

Viene directo hacia mí.

El pánico me sube por la garganta y me hace retroceder a trompicones. Mis manos tiemblan tanto que la daga casi se me cae. Me pego contra la pared como si pudiera desaparecer en ella, y mi respiración se acelera de manera incontrolable.

Pero no es suficiente. Él logra verme.

Sus ojos marrones se abren como platos, y su expresión se transforma por completo. La mandíbula le tiembla.

— ¿Sienna? —su voz es apenas un susurro, atónito.

— Por favor, no digas nada —le respondo con el tono más bajo, desesperado y rápido que puedo articular.

Me observa de pies a cabeza. Está anonadado. Su piel, normalmente bronceada, parece igual de blanca que la mía.

— Por favor… —repito, suplicante—. Te lo suplico… déjame ir.

Retrocedo otro paso, pero él avanza uno.

— Escúchame —dice, tenso.

— Adriano, por favor… —ruego de nuevo, con la garganta cerrada.

Él me silencia levantando la mano apenas un poco. Mira hacia atrás, luego a mí, como si estuviera calculando cada segundo.

— Me estoy jugando el pellejo con lo que voy a hacer, pero deberías correr.

— ¿Qué? —alcanzo a decir, en un suspiro.

— Abajo no hay nadie. Puedes correr hacia la entrada principal —explica en voz baja, sus palabras van directo a mi pecho como una descarga eléctrica—. Si sales por la cocina estarás más segura.

Mi corazón se sacude. No sé qué decir. No sé si llorar, abrazarlo o simplemente obedecer.

— Gracias… gracias… —murmuro, casi sin voz.

—Tienes cinco minutos para atravesar el viñedo y salir de la mansión antes de que tenga que poner en aviso al jefe. Si no lo logras… morirás.

Asiento, temblando, aterrada.

Cuando me dispongo a correr, él me toma del brazo y me jala hacia sí con rapidez. Me quedo helada al sentir su cuerpo tan cerca. Su mirada choca con la mía, y algo en sus ojos se enciende. Ese mismo brillo melancólico que noté la primera vez que lo vi.

— No diré nada —susurra, apretando su mandíbula con fuerza—. Escapa por mí, Sienna.

Quiero sonreírle, pero la expresión no me llega a los ojos. Solo me limito a asentir.

Y corro.

Corro como si mi vida dependiera de ello, porque lo hace.

Bajo las escaleras de caracol con el corazón desbocado. El primer piso es aún más ostentoso, con columnas talladas y cuadros enmarcados con oro. Las paredes tienen una textura tan fina que parecen terciopelo, y el aroma a vino y madera quemada llena el aire.

Localizo la entrada principal y también la cocina a mi izquierda. Dudo. ¿Cuál es mejor?

Entonces ajusto la daga en mi mano y me lanzo hacia la puerta de la cocina. El pomo está helado cuando lo toco, y la presión en mi pecho se vuelve insoportable.

Pero al cruzar el umbral…

¡Choco contra algo!

O más bien, contra alguien.

Un pecho duro como una piedra, cubierto por una camisa negra impecable. Levanto la mirada lentamente, y lo primero que escucho es una risa seca, cruel y amarga.

— ¿Creías que ibas a escapar así de fácil, esposa mía?

Massimo.

Mi cuerpo se congela. Él está ahí, como una sombra, como un demonio salido del infierno.

Reacciono por instinto. Grito y alzo la daga, intentando clavarla con todas mis fuerzas en su corazón.

Pero él es más rápido. Más fuerte. Más imponente.

Más todo.

Su mano se cierra alrededor de mi muñeca a centímetros de su pecho, y aprieta. Tan fuerte que un chasquido suena en mi hueso.

— Si estás intentando romper mi corazón… —suelta, con una sonrisa torcida que me hiela la sangre—, esta no es la manera.

¿Qué demonios? ¿Acaba de bromear?

Un hombre como él, con esa mirada asesina, con esa voz capaz de paralizar a cualquiera… ¿acaba de hacer una broma?

Definitivamente…

Desearía estar muerta ahora mismo.

Val Cruz

¿Qué tal les está pareciendo la novela hasta ahora? Las leo 👀

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