SIENNA
— ¿Se puede saber a dónde me llevas? —insisto nuevamente, porque Massimo no ha querido soltar una palabra desde que salimos.
¿Qué quiso decir hace un rato con: “arréglate muy elegante”? ¿A dónde iremos?
Él aspira todo el aire del auto y luego lo suelta, cansado de escuchar la misma pregunta desde hace media hora.
— Sienna, si no dejas de hacer preguntas, tendré que retractarme de darte la sorpresa —advierte, esta vez de peor humor.
Pero ya me ha dicho una parte importante de lo que quiero saber.
— ¿Sorpresa? ¿Más sorpresas?
Si, debo admitirlo. Cada vez que la palabra “sorpresa” sale de su boca, una emoción cruza mi rostro. No puedo describirlo de otra forma, es simplemente maravilloso. Él es simplemente maravilloso.
Massimo vuelve a apretar sus labios.
Esta bien. Lo admito. Le he estado jodiendo la existencia durante todo el camino. Así que me obligo a parar cuando veo en sus ojos una verdadera molestia. El cómo aprieta el volante con ambas manos y lo rápido que atraviesa las c