SIENNA
Los dos días siguientes fueron una mezcla entre infierno físico y tortura mental. Empezaban igual: despertaba con el cuerpo adolorido, los brazos pesados, las piernas temblorosas, pero sabiendo que tenía que volver a pasar por lo mismo. Primero era Matteo. Con su tono calmado, su cuaderno lleno de nombres, fechas, estructuras y reglas. Me sentaba frente a él durante horas, mientras me hablaba de los códigos internos de la familia, de las lealtades, de las señales que debía identificar, de quién mandaba en qué zona, de cómo funcionaban los negocios. Me enseñó a hablar sin decir nada, a leer entre líneas, a sonreír aunque por dentro estuviera ardiendo. A distinguir entre una amenaza real y una advertencia disfrazada. Me obligó a memorizar nombres que no podía pronunciar y jerarquías que no me interesaban, porque según él, si quería sobrevivir, debía dejar de parecer una civil perdida.
Y cuando por fin creía que podía descansar… llegaba Massimo.
Él no hablaba. Gritaba. Exigía. Me