MASSIMO
Estoy aquí por una estupidez. Lo sé. No debería, pero lo estoy. Porque vi cómo Matteo y ella se tocaron las manos. No fue nada escandaloso, ni siquiera evidente. Pero lo vi. Y algo en mí se encendió. Algo que me hizo pausar toda la maldita lección.
No escucho lo que Matteo dice. Ni una sola palabra. Estoy atrapado en esa imagen clavada en mi cabeza como una espina: sus dedos rozando los de ella. Pequeño, pero suficiente. Sienna no se dio cuenta de que yo los estaba observando, pero Matteo sí. Por eso ahora me mira así, como si supiera exactamente por qué mi mandíbula está tan tensa.
— ¿Me está escuchando? —pregunta mi consigliere.
Lo miro por un segundo, luego desvío la vista hacia ella. Sienna me observa también, con los ojos abiertos como si no supiera si puede moverse o no. Paralizada.
— Tiene más coraje del que parece —digo, sin mirar a Matteo—. Solo necesita aprender a esconderlo y a usarlo cuando sea necesario. Como yo. Como tú. Como todos.
Matteo no responde enseguida.