MASSIMO
Nos alejamos del comedor sin decir una sola palabra. Solo se escucha el eco de nuestros pasos sobre el mármol. Las puertas se han cerrado con un golpe seco tras nosotros, y todavía siento el zumbido del ruido en mis oídos. Me paso una mano por el rostro mientras avanzo por el pasillo. Matteo va delante, y su caminar es distinto. Rígido. Como si algo le pesara en los hombros.
Gira hacia la izquierda, hacia la cocina. Lo sigo sin apurarme. El aire allí adentro huele a café viejo y a madera quemada. Las luces cálidas contrastan con la tensión que se arrastra con nosotros. Matteo se detiene junto a la encimera, apoya las manos contra el borde y baja la cabeza. Su espalda sube y baja como si intentara calmarse.
— ¿Es en serio? —su voz sale cortada, cargada de incredulidad.
Levanto una ceja, cruzándome de brazos.
— Habla claro, ¿quieres?
Él gira hacia mí de golpe. Sus ojos están encendidos.
— ¿De verdad le diste los anillos? ¿Los anillos familiares, Massimo?
Me encojo de hombros, co