Indra.
Aterrizamos de nuevo en alguna parte del inmenso bosque. En medio del cuadrilátero de perfecto pasto podado había una enorme y gran casa de una sola planta. La cual yacía rodeada de camionetas de lujo y otros dos helicópteros. La mujer fue ayudada a bajar por dos hombres con sencillos pasamontañas sobre la cabeza. El viento que hacían las alas del helicóptero me hizo temblar aún más de frío. Luka me saco del helicóptero en brazos rápidamente. El hombre casi troto para llegar hasta la puerta blanca. Luka subió los pocos escalones al parecer de madera oscura y opaca conmigo aún en brazos y la mujer de cabello rojo fue la que abrió la puerta. Dentro el pasillo era espacioso, el techo estaba cubierto por cristal, el cielo gris y las hojas verdes aparecieron de nuevo bajo mi mirada, el piso de madera brillante sonaba con los tacones de la mujer que había comenzado a parlotear con el rubio en su idioma natal. La naturaleza era lo primero que seguía viendo dentro de la casa, pequeñas plantas y flores colgadas con cuidado de la pared creando paredes de fauna natural. En la derecha había una gran sala igual repleta de ventanales pero fuimos rápido por la izquierda. El ancho y largo pasillo tenía seis puertas. La mujer abrió rápido una de estas y el hombre le gritó. ¿Eran pareja? Todo había sido al parecer discusión con ellos desde que llegué. Bueno, yo no pedí llegar. Luka gruño cuando la mujer azoto la puerta con rabia. Después el rubio dio media vuelta para abrir la puerta de enfrente con una de sus manos y aún con mi peso encima. Sin previo aviso Luka me soltó. Claramente no logré equilibrarme así que caí contra el suelo alfombrado. Rápido el hombre cerró la puerta detrás mío para seguir de seguro a la mujer. Me quede sola en el enorme cuarto que tenía una larga pared de cristal la cual solo me dejaba ver enormes troncos de árboles y el día demasiado nublado. Tanta naturaleza fue reconfortante de pronto. Recosté una de mis mejillas sobre la alfombra al sentirla tan calientita. Tenía mucho frío. Como extrañaba mi clima. A mi familia. Y por mas egoísta que sonara, lo extrañaba a él. A la mentira bien estructurada donde había estado viviendo. —Levántate— se me erizo involuntariamente todo el cuerpo cuando escuche la voz de mi verdugo personal. El diablo. Me apoye lentamente sobre los brazos sintiendo que hacia el ejercicio del año. Había dos escalones para bajar hacia la cómoda sala negra. Todo el cuarto estaba cubierto con la misma alfombra. Mire la chimenea apagada en la pared blanca de piedra. Deberían prenderla. Quería sentir calor. Necesitaba sentir vida antes de morir. Me obligué a fijarme en el. En la persona que me iba a matar. Los ojos miel bajo las ojeras no dejaban el ceño fruncido, el largo cabello pintado de rubio estaba hecho un chongo, la cara ovalada que me dejaba ver los labios rosas y carnosos, las tupidas cortas pestañas y la pequeña nariz. Los tatuajes en el imponente porte brillaron aun más que los músculos, todo el abdomen, pecho, brazos y manos repletos de tinta. Se veía muy joven. ¿Cuantos años me llevaría? ¿Tres o cuatro a lo mucho? El hombre solo vestía un pantalón de algodón negro y calcetas. En sus labios tenía un cigarro. ¿Cómo no se moría de frió? El hombre repleto de tatuajes chasqueo los dedos para que me apurara. Cuando me levante por cuenta propia todo mi mundo se movió. Apenas y logré dejarme caer en el largo sillón frente al suyo. La gran mesa de madera en medio nos mantenía separados y solté un suspiro de alivio involuntario. Estábamos solos. El diablo me intimidó con su mirada, sus ojos parecían tener fuego dentro de ellos. A su lado descansaba un arma que parecía hecha de oro pero ni siquiera parpadeé. Mátame. Solo acaba con esto de una vez por favor. —¿Sabes porque estás aquí Indra?— me dijo en un tono helado aquel hombre. Los ojos de Fausto aparecieron en mi mente como un torbellino acelerando mi respiración, le negué con la cabeza sin querer mirar directamente a los ojos al líder de todo un cartel. Sabía que este hombre no era mejor que Fausto. Monstruos. Inhumanos. Mentirosos. Sin previo aviso el hombre lanzó a la gran mesa fotografías que cayeron haciendo que me sobresaltara al escuchar el ruido. —Tal vez esto te haga recordar— me dijo de nuevo el hombre en un gruñido. Una pequeña y tenebrosa sonrisa se asomó en sus labios cuando se quitó el cigarro de estos. Mis ojos se quedaron clavadas en la foto del hombre de cabellos despeinados castaños que tenía unos lentes de sol cromados mientras parecía discutir por celular. Las venas de su cuello se marcaban, una de sus manos sostenía la puerta de la Suburban de donde parecía haber salido. El día soleado me hizo pensar que estaba en Cancún. Fausto de Villanueva. ¿Cuántas fotos había? ¿Veinte, treinta? Comencé a pasear la vista, la mayoría eran del hombre que me había involucrado en este infierno. Vladimir en algunas solo, en otras Fausto lo acompañaba entre risas por alguna calle. La mujer de la oficina también estaba ahí. En entallados vestidos y tacones, siempre siendo la estrella con Fausto a su lado. Patéticamente mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. Mentiras.