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4. Bienvenida a tu nueva realidad

Indra.

Ser levantada a base de cubetazos de agua helada.

Ser forzada a comer.

Vomitar del asco.

Desesperarme hasta que lograba prender un cigarro de mariguana.

No sentir.

Dormir.

Repetir la nueva rutina.

Había perdido por completo la noción del tiempo encerrada en esas pequeñas cuatro paredes sin ventanas.

Sola. Con la única compañía de un viejo colchón, un frío descomunal y una taza de baño con un fuerte olor a orina que nunca se iba.

Aun sentía ardor en mi nuca pero no me atreví a tocarla. Procuraba descansar mi cara contra el colchón y no moverme más de lo necesario.

Quería desaparecer, morir.

¿Cuánto llevaba en este infierno pagando una condena que no me pertenecía? ¿Semanas? ¿Meses? ¿Años?

La droga me ayudaba.

Me relajaba y por un segundo me sentía nadar en una piscina lejos de todo esto. Conforme llegaba a las puertas de morfeo, Fausto siempre me esperaba con una mirada dura y los brazos cruzados.

Mentiras. Todo fue mentira.

Me lograba despertar entre sollozos incontrolables sin comprender ya si era de día o noche porque la luz del cuarto nunca se apagaba.

Tenía espantosas y vividas pesadillas cada vez que cerraba los ojos. Fausto estaba en cada una de ellas.

Quería dormir y no podía. Tenía que comer y no quería. Era una tortura mental.

Mil veces peor que la física.

Intenté fantasear con mi familia para sentirme segura. Me imaginaba a papá con sus contactos liderando una gran búsqueda para encontrarme. Me lo pude imaginar perfectamente abrazando a mamá diciéndole que todo estaría bien.

Qué me encontrarían segura y viva.

Fausto irrumpía en mis fantasías. Llegando con algún cadaver parecido al mío para decir que había muerto en un accidente de tráfico. Mi familia me enterraba y me olvidaba.

Dejaban sola a la Indra que seguía viva y siendo torturada. Todos continuaban sus vidas y Fausto seguía con la máscara puesta ante todos como si nada.

Mentiras. Repetía en mi mente.

Mujeres con una nacionalidad distinta a la mía y con distintos tipos de máscaras se asomaban cuatro veces cada cierto tiempo. Si no comía bajo su presencia terminaban forzándome o tirando el plato de comida sobre mi mientras lanzaban palabras amenazadoras que no entendía.

Mayormente arroz, puré de papa o pedazos de sándwiches eran los restos de comida que había siempre en el frío suelo.

¿Cuánto tiempo tardaría mi cuerpo en deteriorarse hasta la muerte? Qué sea rápido por favor.

Aun si estaba despierta al menos una de las mujeres que me visitaba me tiraba agua helada encima.

No tenía un cambio de ropa ni cobija.

Solo tiritaba bajo la ropa siempre húmeda y las pestes de comida.

Drogas. Mariguana, un cigarro, dos cigarros, tres cigarros. Y comenzaba a pensar que todo era un sueño.

No tenía idea quien me dejaba preparada una caja de cigarros todos los días.

Aparecían durante los lapsos que dormía, pero agradecía internamente ese remedio para el dolor que buscaba evitar a toda costa.

Me sentía tan humillada.

La puerta se volvió a abrir y mis ojos se abrieron en automático esperando sentir el chapuzón como siempre, pero no pasó.

Alce la mirada aterrada hacia la puerta donde Luka y la mujer del cabello rojo me veían, el primero con el ceño fruncido y la segunda con la mano en la boca.

¿Qué les impresionaba?

Ambos comenzaron a discutir en el mismo idioma que yo desconocía y la cabeza me dolió horrores.

Sentía que tenía tanto tiempo sin escuchar otras voces.

Sin ver vida más allá de la mía.

El hombre se acercó a mi lentamente, mis ojos se abrieron aun mas, pero mi respiración apenas y se logró alterar.

Me sentí demasiado débil para hacer otra que no fuera llorar en silencio.

Luka me tomo en brazos para que pudiéramos salir del cuarto.

Solo vi el pasillo lleno de grafitis unos momentos.

Los tacones de la mujer de cabello rojo bajo la gabardina blanca hicieron demasiado eco.

¿Otra tortura?

Sin previo aviso la mujer abrió otra puerta metálica, nosotros le seguimos hacia el poco iluminado cuarto.

Otra enfermería. Lo sabía. Torturarme, curarme. Repetirlo.

Suspire entre jadeos cuando Luka me sentó en la dura camilla y la mujer de cabellos rojos quito rápido el espejo que tenía a un lado.

¿Cómo me vería en este instante?

La mujer me quito la misma ropa con la que había llegado a este lugar, miré las sucias vendas casi sueltas. Se habían agrandado...o tal vez yo había comenzado a adelgazar de manera rápida.

Mi piel pálida tenía costras y cicatrices que jamás pensé ver en ellas.

Una nueva discusión comenzó entre ellos y rudamente fui cargada por Luka hasta otra puerta que daba a un baño.

Intente poner resistencia cuando me metió a la ducha. Ya no quería mas agua fría. Ya no más.

La mujer intentó tranquilizarme en su idioma cuando prendió la regadera. El agua tibia me hizo revivir un segundo de mi burbuja de sueño al verlos a ambos parados frente a mi.

Mi ropa interior comenzó a sacar un tono café. ¿Hace cuantos días no me bañaba?

Comencé a llorar un poco más alto al ver mis huesudas manos. Esto era real. Como quería seguir deseando que esto era falso.

Qué solo estaba dentro de una pesadilla de la cual despertaría.

Luka apagó la regadera y la mujer me envolvió rápida en una toalla para regresarme a la camilla, donde con todo el cuidado que pudo me limpió lo que fuera que tuviera marcado en la nuca.

Nueva ropa interior blanca con un jumper de short y sin mangas gris que me quedaba enorme.

Expuesta. Querían relucir mis cicatrices y moretones como trofeo.

Ni siquiera me permitieron usar calcetas, comencé a volver a tiritar bajo este infierno congelado.

Un celular sonó y Luka me cargo en brazos de nuevo para salir de ahí. Nadie contesto la llamada.

La mujer lideró la marcha por los pasillos hasta que otros dos tipos con máscaras de payaso abrieron las negras puertas y salimos a un helipuerto en medio del bosque.

¿Donde carajo estábamos?

Estas personas se ocultaban perfectamente en la naturaleza. Sería tan difícil que alguien encontrara mi cuerpo.

La brisa helada me hizo temblar violentamente contra Luka, pero por un segundo me sentí viva al ver tantos colores de nuevo.

Respire fuertemente.

Un pájaro voló por ahí y desee ser como el. Libre.

El helicóptero se movió gracias a Luka.

La mujer que parecía no terminar de cuadrar aquí intentaba no verme mucho tiempo mientras estábamos en el aire.

Ella se acomodo los anillos de oro en sus largos dedos y viendo el dorado, llegó a mi un flashback de Fausto acomodando sus caras alajas con su característica mueca burlona.

Como quería olvidarlo. Sin embargo cada detalle me recordaba a él.

Estaba aquí, por el.

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