48. Trato hecho
Indra.
La luna llena iluminaba perfectamente el interior desde la ventana de la oficina de Fausto.
Terminé de sellar la última carta que había escrito y finalmente solté un profundo suspiro, sintiendo que ya no tenía más espacio donde desahogarme.
La madrugada era muy tranquila... si ignoraba las decenas de personas armadas de pies a cabeza que custodiaban esta casa.
Metí las cartas en el portafolios de piel café de Fausto y, al cerrarlo, sentí cómo mis emociones quedaban atrapadas ahí dentro.
Estaba mentalmente cansada. Luego me llevé las manos al cabello rizado por las trenzas que había tenido antes.
La camisa de pijama de Fausto me calmaba al olerla. Lo quería. Lo necesitaba una vez más.
Pero pasadas las dos de la mañana, cuando salí aturdida del antro fingiendo una indigestión para regresar a casa, no lo encontré.
Ahora eran las 5:20 a.m.
Me limpié las comisuras de los ojos, intentando no pensar demasiado en lo que estaba a punto de hacer.
Claro que daría la vida por mi hermano. P