50. En la oscuridad de la noche
Fausto.
Vi a mi histérica hermana ser cargada por Vladimir hacia una ambulancia.
Ulises me incorporó del suelo cuando yo no fui capaz de hacerlo por voluntad propia; me sentía más aturdido que nunca en mi vida.
El dolor punzante en mi recién curado brazo era abrasador, pero ni siquiera se acercaba al tormento que sentía por dentro.
Los gritos de Ulises parecían no tener sentido para mí.
Inútilmente busqué con la mirada al hermano de Indra. Los doctores le estaban colocando una venda en la frente, justo donde alguno de los sicarios de Dante le había reventado la ceja en medio del caos de unos minutos atrás.
En mis oídos seguía escuchando el eco de las hélices del helicóptero donde había visto colgada a Indra.
—Puedo alcanzarlos... puedo hacerlo —me dirigí a Ulises casi ausente de ese momento.
El colombiano me miró con asombro y preocupación. Sus ojos azules parecieron brillar de más hacia mi.
—Hermano... se acabó. Esto se acabó —intentó sonar amable, pero no entendí a qué se refería.