46. Mentirilla blanca
Indra.
—Bueno, siempre supimos que Pablo no quería estar en México —la garganta se me cerró cuando escuché a Valentina hablar, en medio del desayuno que teníamos en el gran patio de Fausto.
El cóctel de frutas con yogurt griego me supo a lodo en ese momento.
—Pero de todo corazón espero que esto lo haga feliz, aun después de toda la mierda que hizo. Puras buenas vibras para ese tonto, ojalá nos mande una postal algún día—añadió como si nada, mientras se servía un poco de té.
Asentí con la cabeza, sintiendo cómo mis rodillas comenzaban a temblar involuntariamente debajo de la mesa de cristal. Di gracias al mantel color carmesí que evitaba se descubriera la mentira.
—Solo que sí se me hizo un poco infantil que no le haya dicho nada a Juan. Ni siquiera le contestó los mensajes... esperaba que Pablo fuera más maduro —tragué saliva acumulada y, gracias a Dios, en ese instante apareció Fausto, recién bañado y cambiado, con un guardaespaldas cerca de él, a pesar de estar dentro de su pro