43. De verdad me doliste
Fausto.
Culiacán, Sinaloa.
—Iré solo —dije, quitándome la férula con el mayor cuidado posible. El dolor me recorrió el brazo entero, como un recordatorio de que debía mantener la mente clara. Tenía que hacer esto.
Vladimir negó de inmediato.
—Esto puede ser una puta trampa —soltó, con el tono cargado de tensión.
El colombiano a su lado no lanzó ninguno de sus chistes habituales. Solo observó en silencio el panorama que mis hombres cubrían.
Los escuadrones de Emmett habían limpiado todo en un radio de 10 kilómetros.
Nuestro antiguo laboratorio estaba hecho pedazos, carente de vida y yo sabía que ahí nadie haría preguntas.
Aunque mis aliados no lo creían, Carlota sí había respondido mis llamadas. Había aceptado verme.
Siempre lo hacía.
Mis amigos me advirtieron que era una trampa, que Dante estaba detrás de todo. Pero si mis suposiciones eran correctas, Dante ni siquiera tendría idea de que Carlota ya no estaría hoy en su cuartel de seguridad, donde sea que ese imbécil la tuviera.
Ca