Fausto.
Hangar privado en Rusia. Respire. Respire profundo cuando Ulises me obligó a entregarle el cuerpo desmayado y sucio de mi pequeña. Perdí la frialdad del cuerpo de Indra y miré en cambio los temblores en las palmas de las manos. Tragué la saliva acumulada y luego cerré los puños minimizando el gruñido en medio del caos entrada la madrugada. Tenía los dos aviones listos para largarnos de este lugar ahora mismo. —Encárguese de Carlota. Ahora.— Ulises me dijo en un ladrido. Las cejas alzadas y los ojos queriéndose salir de sus órbitas del colombiano fueron muy claros en este punto de la situación. No pierdas la cordura Fausto. Como no la iba a perder en este puto momento. Las manchas de sangre y de lodo sobre mi calado suéter blanco que traía en conjunto con el chaleco antibalas eran frescas. Un pinchazo en mi mente con la risa de Indra fue escalofriante cuando miré a mi amigo trotar con el cuerpo destrozado de ella. Su físico. Su alma. Me había sido arrebatado en el único instante que flaqueé. La huida de Ulises hacia el primer avión, donde los mejores médicos que podia comprar lo estaban esperando para atender a Indra dejó paso a Carlota. Carlota Cuervo la mujer que vestía un entallado vestido y tacones con un lujoso bolso de marca. Como si esto fuese un paseo más para ella. Enzo Engizio se metió en nuestra escena aún con el rifle de precisión colgado a un hombro. —Ve con Ulises— le pedí lo más sereno que pude al italiano y este apenas y me asintió ignorando completamente a la mujer del ceño fruncido y el perfecto cabello alisado la cual se acababa de cruzar de brazos. Me incliné hacia adelante y desabroché con torpeza las correas del costado. El chaleco antibalas cayó con un golpe sordo sobre el metal del piso. Estaba tan resbaloso y sucio como yo. Los tacones sonaron por sobre todas las cosas dando pasos largos y firmes hacia mi. Cómo se atrevía esta mujer a vestir de esta manera en una situación así. Camine aún más rápido que ella tomándola por la cintura para alejarla del avión que contenía lo más sagrado para mí ahora mismo. En cambio la guíe hacia el segundo avión. El que la regresaría a México. —¿Ella era la mercancía? ¿Quién es ella Fausto?—por sobre todas las cosas, la voz de Carlota se atrevió a sonar enojada. Y eso fue lo que me emperró más de toda esta pesadilla. Sin embargo fingí. Actué. Tal y como se necesitaba en este momento. —Mi amor tenemos que irnos ahora mismo—. Odie mi falsa voz cuando trepe a Carlota dentro del jet. Yo mismo la senté en el lujoso sillón donde no pude evitar quedarme mirando la marca carmín que mi mano había embarrado en el sillón de piel. ¿La sangre venía de Indra? Pero realmente... ¿Era de ella? Tenía que regresar a su lado ahora mismo. —Pero porque no puedo irme con ustedes. Vamos para el mismo lado Fausto— la voz caprichosa de Carlota me causó repulsión. No la quería cerca de Indra. Se que Carlota fue necesaria para su rescate. Pero ya lo había hecho. Su trabajo estaba finalizado. —Carlota por el amor de dios, no voy para México ahorita. Por una puta vez hazme caso por favor— dije exasperado perdiendo la poca paciencia que nunca tuve. Me lleve las manos al cabello queriéndome arrancar un mechón ahí mismo. Teníamos que salir de aquí. Ya. La gente de Dante podría acorralarnos y Carlota parecía estar más interesada en pendejadas. —Oye el pedo no es conmigo. Estoy de tu lado Fausto— Carlota suavizó la mirada hacia mi y yo solté el aire retenido. —No estás bien Fausto. Déjame ayudarte. Déjame entrar— la rubia me suplicó perdiendo todo rastro de soberbia y nepotismo en ese momento. Fausto enmascara tus emociones. —Ayúdame a no tener que preocuparme por ti ahora Carlota. No puedo con tanto frentes, necesito tu ayuda en México. ¿Puedes ayudar a la alianza? Te necesito con Victoria y Miley. No aquí— procure mentir lo mejor que pude. Ser amable y sereno. Me sentía todo, menos eso. Carlota se quedó muda un instante ante mi suave tono y luego me sonrió con la perfecta y blanca dentadura. —Te estaré esperando amor. No dejaré que ocurra nada hasta que regreses— Carlota se estiró lo que el cinturón le permitió quedando a centímetros de mis labios. Mi corta y tensa sonrisa fue todo lo que obtuvo antes que huyera lo más rápido de ahí. Me cercioré personalmente que cerraran la puerta del avión de Carlota y que este avanzara por la pista para luego despegar mientras que al mismo tiempo Emmett y sus hombres habían comenzado a quemar nuestros vehículos en el estacionamiento. El fuego no tardaría en dar aviso a más de una persona. Si es que nuestra ubicación no estaba comprometida ya. El lluvioso clima no aportó nada a la ironía de mi vida. Una extraña sensación se apoderó de mi cansado cuerpo cuando entré en nuestro avión, la puerta se cerró de un golpe. No había vuelta atrás. El caos aquí dentro era mayor conforme el avión hacia los últimos arreglos para despegar. Había acondicionado el único cuarto en una tecnológica enfermería para este instante. De ahí provenía el caos más grande y el único que me importó ver. Todo era tan irreal. Una enfermera terminaba de cubrir el delgado cuerpo de Indra con mantas térmicas, sus labios morados parecían castañear incontrolablemente, las pronunciada ojeras parecían hacerle huecos en los ojos. La segunda enfermera seguía poniendo medicamentos en la intravenosa de Indra, sus brazos... los finos brazos llenos de moretones y rasguños. La tercera enfermera se enfocaba en los signos vitales de Indra en medio de todas las máquinas que el doctor de cabecera custodiaba con su vida. Había pensado en todo. Hasta en un ataúd para el peor de los casos. —Lo único que podemos concluir es que esta en un cuadro de hipotermia— Ulises dijo en un resoplido cuando apareció a mi lado. El colombiano me tomo por el cuello para desanclar mi cuerpo de la entrada del cuarto que de pronto me pareció muy pequeño. —Se que estás exhausto Fausto pero ...ella ya está aquí. Somos hombres de la mafia y está de sobra decir lo que pienso amigo. Su verdadero rescate comienza ahora—Ulises me susurro aún sin soltar mi cuello. El calor de su mano apretando una parte sensible de mi, me hizo soltar un diminuto suspiro involuntario. Necesitaba calmarme, yo la había arrastrado en medio de todo esto. Era mi deber sacarla del infierno al que había sido sometida. El colombiano me soltó lentamente y antes de dirigirse hacia la amplia sala de piel que tenía este avión, me extendió mi maleta de mano Gucci. —Dale un respiro a la mente y cámbiate esa ropa— fue lo ultimo que dijo Ulises amablemente antes de dejarme ensimismado. El avión tomó vuelo conmigo en el baño totalmente limpio de nuevo. Me quede unos minutos estático frente al espejo de bordes marmoleados. Una sensación de vértigo me embargó al recordar a mi Indra. Las fotos no hacían competencia con su verdadero estado. Estaba rota. La tortura mental era mil veces peor que la física. Lo sabía de propia mano. ¿Cómo la iba a sacar de esto? ¿Cómo la iba a rescatar? Ni siquiera me podía sacar a mí mismo del pozo. Suspire de nuevo en el baño. No podía encontrar respuestas así que haría lo que hacía siempre que estaba perdido. Caminar hasta encontrar una solución. Esto no me iba a vencer. Decidí salir del baño con la mueca más seria que pude encontrar. Tome asiento en el sillón más solitario que encontré en la sala. Todo a mi alrededor era ruido lejano. Sin embargo me obligué a regresar a la realidad cuando Enzo apareció ante mi. El italiano tiró sobre la amplia y chaparra mesa de madera que estaba en medio de la sala las estupidas esposas rotas echas de oro y repletas de sangre. Luego Enzo alzó otra mano para mostrarme la pulsera de Indra. La tomé en mis manos más rápido de lo que quería. Indra aún la conservaba. Aun después de todo lo que mi persona le había hecho. —Ya nos están esperando en Sicilia. Este avión es más rápido así que debemos llegar en cinco o seis horas, dependiendo del clima— me dijo en un denso resoplido Enzo y luego se recostó en el sillón de enfrente. El halcón italiano por supuesto fue el encargado de la logística de esta misión que me pareció casi imposible por momentos. —Gracias amigo— le respondí en un susurro sin dejar de apretar la pulsera de Indra en mi mano. Este pequeño objeto era lo que ella era antes. Cuando era ignorante y feliz conmigo. Enzo soltó un ligero tosido cuando se acomodó para dormir en el sofá. Estaban cansados. Todos estábamos hartos y exhaustos de esta situación. Mis aliados habían acabado desfallecidos en este rescate extraoficial de la mafia. Enzo estaba acostumbrado a matar gente, no a salvarla. Ulises también se encontraba dormitando en otro sillón, entre sus brazos sostenía un peluche de conejo rosa que ya sabía le pertenecía a su hija. Mi mejor amigo había pasado demasiado tiempo sin ver a Mireyla y yo sabía cuánto le afectaba eso. Suspire de nuevo. Cinco horas para descansar lo que no he podido en semanas, antes de volver a mi demasiado agitada vida. Jamás me había sentido así. Todavía no podía creer el poder que Indra tenía sobre mi. Me había hecho sentir tan vulnerable. Me permití cerrar los ojos y tomé una profunda respiración. Mis amigos ya se encontraban roncando para cuando nos alejamos completamente de territorio enemigo. Indra estaba bien, la tenía de nuevo conmigo y tenía que ser fuerte para poder solucionar todo esto. Yo era Fausto de Villanueva. Tenía que recuperar mi porte en tan solo cinco horas... Ser de nuevo el "Emperador" en tan solo cinco horas. Me despreciaba por haber permitido que el secuestro de la persona más importante para mí llegará tan lejos. Fui débil y aterrado cuando debí ser frío y fuerte. M****a. Apreté de nuevo la pulsera de Indra contra mi pecho pensando que de esta manera escucharía su latido contra mi pecho. Senti que algo se rompió dentro de mi y desee que no fuera mi perfecto escudo que había levantado hace tanto tiempo.