Fausto.
Sicilia, Italia. Tortura. Cuando los doctores me dijeron que el proceso de recuperación de Indra iba a ser una tortura para ella. Creí que estaban exagerando, pero pronto me di cuenta que no. Pude escuchar perfectamente los sollozos y gritos desde los pasillos inferiores en el hospital privado que había rentado solo para la mejoría de Indra. Finalmente el día de ayer Ulises había regresado a Colombia dejando a Enzo a cargo de la operación de nuestra seguridad en su propio país. Estábamos bajo el mando del italiano y doscientos hombres encubiertos que cuidaban los alrededores del hospital como medida extra de seguridad. Sentí un ligero alivio dentro de mi al no llevar el mando de esta situación por ahora. Me había comunicado con Iván apenas puse un pie en tierra firme. El electo gobernador soltó un gran suspiro al enterarse del gran éxito en el rescate de Indra. Después de los pocos minutos que duró la llamada, el mismo Iván la corto para poder dar aviso a la familia de la mujer a la que le destruí la vida. Indra estaba respirando si, pero no sabía a ciencia cierta si estaba viva. Cocaina, mariguana, anfetaminas, LSD, químicos sintéticos, alcohol, tan solo treinta y ocho kilos, riñones e hígado dañados, pulmones frágiles, depresión, psicosis por sustancias. Cicatrices por doquier. Cuando me tendieron el examen médico por parte de la ginecóloga rompí la hoja en seguida. No quería saber lo obvio. Resolvería esto tal y como lo había hecho en todas mis crisis. Le pedí a Vladimir acondicionar Isla Mujeres en Quintana Roo para mi. Necesitaba un lugar tranquilo y alejado de todo el ruido para la rehabilitación de Indra. Ella no era como yo, este no era un golpe del cual se iba a levantar como si nada. Maldita sea, y estaba consciente de ello. Mi medio hermano menor Cesar había podido retrasar la extradición de nuestro padre con un ligero empujón que le dio a Edmundo, pero aún así tenía que encontrar una solución definitiva a eso. Demasiados pendientes se habían juntado sobre mis hombros. Ya lidiaría con las decenas de preocupaciones a mi regreso a México. —Fausto creo que deberías visitar a Indra— la voz de Enzo me sobresaltó del sillón dentro del cuarto de hospital, donde yo estaba acostado "revisando" en la laptop mis correos de negocios del recién inaugurado casino. La cruda realidad era que mi mente estaba en todos lados menos en Sicilia y este hospital. —No quiero interrumpir el proceso médico, solo traería retrasos— le murmuré al italiano. Me aclaré la garganta y luego me senté correctamente en el sillón. Falso. Me estaba muriendo en ansiedad y miedo solo con la idea de volver a ver a Indra después de todo lo sucedido. Yo había sido el hijo de puta que le desgració la vida de todas las maneras posibles. ¿Qué pensaría Indra de mi en este preciso momento? Ella había dicho que yo la odiaba y la quería muerta. ¿Qué le habían dicho de mí para llevarla a ese punto? Aun, ahora mismo Indra corre peligro de muerte. Por mi. Un mes lejos de su familia, de todo lo que conocía, de mi. Lleno de drogas que fácilmente la destruyeron, en medio de una vida para la que no estaba lista. Y tal vez nunca lo estuviera. ¿Cómo se atrevió Salazar a meterla en esto? Indra era inocente. La sed de venganza y odio que tenia hacía Dante me repulsó, lo iba a matar. Solamente que en este momento mi cruel ira era abatida por la tristeza. Indra no se merecía esto. Ella era buena. Pura. —¿Estas seguro? Porque no es por obviar ninguna cosa, pero no hemos tenido un solo avance desde que llegamos. Ella no creció con nosotros. No es de nuestro hogar. No me conoce a mi que la he visitado como has pedido.... Fausto aún la tienen amarrada a la camilla porque no puede dejar de hacerse daño—Enzo se callo en medio de su cátedra y luego soltó un suspiro. —¿Quien fue el que dijo el dicho de que, si el plan no funciona, cambia el plan y no la meta? O algo así. Lo que quiero dar a entender Fausto. Es que esa mujer no va a mejorar si no ve un rostro familiar. Tu eras la persona en la que más confiaba. Te dejo entrar a su vida, dejo que intimarás con ella en demasiadas formas. ¿No crees que se merece una explicación de parte tuya? Al menos una visita para darle alivio a su tortura— el italiano termino de hablar y luego se levantó de su respectivo sillón de un solo salto. —Tengo que atender unas cosas antes de visitarla— dije tratando de ignorar a sus palabras. Enzo Egizio resopló ante mi patética respuesta cuando azoto la puerta al salir. Solté el aire retenido y luego cerré la laptop para poder mirar mi reflejo en el gran espejo. Mi barba descuidada y mi cabello despeinado. La sencilla playera blanca y los pants negros deportivos. Las ojeras estaban muy por fuera de nivel de mi persona. Sentí una extraña presión sobre la espalda, como si se tratara de miedo o nervios. Ni siquiera traía mis anillos. No me sentía para nada como yo. Me obligue a caminar hacia el desolado pasillo y las piernas me temblaron como si de pronto pesaran kilos de metal cada una. ¿Por qué me sentía así? Había estado presente en medio de decenas de balaceras, había sufrido torturas a manos de mi propio padre que me habían hecho mas fuerte, sobreviví la muerte de mi madre, los atentados contra mi persona, me hice un nombre propio en medio del peligroso mundo en el que nací. ¿Por qué esto me ponía más nervioso que nada? Indra solo era una niña atada a una cama que no pesaba más de cuarenta kilos ahora mismo. No me iba a matar. Tomé una profunda respiración cuando subí al elevador. En el piso superior me esperaba un sencillo comando armado que me asintió en señal de respeto. Las cuatro enfermeras de cabecera de Indra se levantaron de golpe al verme. Eran mexicanas al igual que el grupo de doctores de confianza que había traído para atender esta situación. Ellos se encargarían de Indra hasta que pudiera llevármela de nuevo a nuestro país. Pero ahora mismo estaba tan frágil que no querían hacer un viaje más largo con ella en este estado. Indra no ayudaba en nada, se había negado a comer y solo podía revivir de vitaminas en inyecciones y sueros. —Señor, ella está dormida— el susurro provino de una de las enfermeras de cabello negro. —No quiero ser molestado mientras esté adentro— respondí con un tono helado que a mi también me impresionó. No te atrevas a ser débil delante de la gente Fausto. Las mujeres me asintieron al unísono. Abrí la puerta de madera rápidamente, pero la cerré con el mínimo ruido posible ya del otro lado. Cobarde. Pero que maldito cobarde era. Mire la gran habitación. Un largo sillón amarillo pastel para descansar y montones de aparatos médicos a la cabecera de la amplia camilla donde tenían a Indra. La cual tenía tubos en la nariz que le ayudaban a recibir el oxígeno que a ella misma le costaba aspirar ahora. El cabello negro al fin le cubría el tatuaje de la nuca. Los doctores me explicaron que era muy probable que Indra hubiese tenido demasiadas alucinaciones durante su secuestro y que iba a ser bastante difícil que pudiera separar la verdad de la mentira. Habían acabado con su espíritu. La niña que siempre brillaba con una sonrisa, tenía los labios partidos y casi blancos. Las ojeras eran verdes y tenía severos moretones que desaparecían por el inicio de la bata pero que se extendían por los brazos y mejillas. Indra era un saco de huesos. Solo porque la máquina marcaba el ritmo lento y pausado de su corazón entendí que seguía viva. Me quede como estupido contra la puerta sin poder moverme y mis ojos se desviaron hacia el enorme ramo de flores blancas que estaba pegado en una pared. Me acerqué a paso lento para tomar la carta que estaba en el ramo y me senté en una esquina del sillón para leerla. "Profunda mi esperanza sobre esta situación. Abrazos para ambos y espero que entiendan que no todo esta perdido. Fausto se que estás leyendo esto porque eres más testarudo y fuerte de lo que crees, así que has bien con ella. A Mireyla le vendría bien tener una mujer con bondad en su vida. Todos podemos redimirnos amigo. No olvides que no dejas de ser humano como yo. Está bien todo lo que sientas, es parte del camino de ambos". Ulises... ese hombre era tan incomprensible para mi. Escuché el grito ahogado y mis ojos se alzaron de inmediato hacia la camilla. Indra me vio aterrada unos segundos, mire sus pupilas casi negras. La camilla se sacudió un segundo cuando Indra intentó huir, lo cual era imposible por las cintas de plástico y algodón que tenía por los codos y que la mantenían presa en la cómoda cama. No podían esposarla de nuevo porque esas heridas aún las traía en carne viva. Y aun así, no quería que la volvieran a esposar como una criminal que no era. Trague fuertemente mi saliva buscando palabras para este momento, pero me quede mudo. Ella cerró los ojos y comenzó a murmurar. Tarde unos segundos en comprender lo que estaba haciendo. Indra estaba rezando. —¿Por qué no te vas?— volvió a susurrar y pude sentir como mi corazón se apretujó un poco. —Hice todo lo que quisiste— Indra siguió hablando pero parecía estar en un modo automático. Su mirada estaba perdida y sus ojos secos. —Tortura, hospital, calma, tormenta, tortura, hospital...ya entendí— siguió susurrando ella las mismas palabras una y otra vez. Mi piel se erizo. La desconocía. Ella no era mi Indra. ¿Habían logrado eliminar a mi niña en su subconsciente? —Amor...estás a salvo— me atreví a buscarle la mirada cuando le hable por lo bajo y ella soltó un gritito. ¿Acaso mi apariencia la asustaba? M****a. Debí rasurarme; al menos ponerme presentable para ella. —Hablas igual que el, ¿Por qué hablas igual que el?— Indra volvió a cerrar los ojos y su cuerpo comenzó a temblar suavemente. —Yo...Indra estás a salvo. Nadie te volverá a hacer daño— intente sonar más seguro de mis palabras cuando me levante del sillón. —Emiliano, mi papá, Fausto, Pablo, Bernardo...no puedo dejar de pensar, necesito saberlo por favor— Indra dijo aún con los ojos cerrados y pude notar como la máquina que marcaba el ritmo de su corazón se comenzaba a acelerar. ¿De que me está hablando? Fruncí el ceño sin entender lo que me decía. —¿A quien mate? ¿A quien me hiciste matar?— La voz de Indra se cortó cuando abrió los ojos. —Todos están vivos amor, ellos esperan que te recuperes para que puedas regresar a casa— le dije seguro de mis palabras. Todos debían estar vivos. Vladimir había mandado escoltas encubiertas a todos los familiares y amigos cercanos de Indra. Cualquier desaparición se me hubiese avisado inmediatamente. Ni siquiera le había permitido a los padres y hermanos de Indra salir de una de mis casas de seguridad. Mi mente hiló rápidamente todo. ¿Por eso la encontré en medio del bosque cubierta sangre? ¿Por qué el hijo de puta de Dante le había hecho asesinar a alguien bajo el término de que era alguien cercano a ella? Tal vez pudo secuestrar a un conocido lejano. Ni siquiera yo sabía a ciencia cierta con cuánta gente Indra se llevaba. Necesitaba hacer un análisis y para eso tenía que regresar a Cancún. Si eso iba a hacer. No quieras huir cobarde. La voz de mi padre en mi mente se atrevió a hablarme y yo hice hasta lo imposible por ignorarla. —Quiero a Dasha...tráeme a Dasha...ella me ayudará. Necesito mariguana Dante tiene, el siempre tiene. Dile que me quedaré quieta; prometo no volver a gritar— Indra termino en sollozos. ¿Quien m****a era Dasha? Las palabras volvieron a huir de mi y a penas pude parpadear al escuchar el tono desesperado de mi niña. Nunca había tratado con adictos, yo solo los mataba. Y verla a ella en ese estado... gire la chapa de la puerta. —¡¿Me escuchaste?!— el grito desgarrador de Indra me regreso al cuarto del hospital. —Déjame tener mis drogas. Las necesito para sobrevivir esto ¿No es eso lo que querías? ¿No es este el propósito de todo esto?— Indra me estaba suplicando que la sacara de esta maldicion y yo hice la cosa mas cobarde que nunca había hecho en mi corta vida. Le di la espalda y salí rápido del cuarto. Indra comenzó a pegar de gritos, las enfermeras me suplieron para calmarla de nuevo. Cuando apreté el botón del elevador mi mano tenía ligeros temblores. Dentro de la caja metálica y completamente solo, solté todo el aire retenido. Eso había sido lo más difícil que había hecho en un largo tiempo. Enzo me esperaba fuera del elevador cuando las puertas se volvieron a abrir y me obligué a enderezar mi compostura. El me alzó una ceja y yo le hablé saliendo a paso veloz de ahí. —Tengo que regresar a Cancún, necesito averiguar acerca de una tal Dasha; además Indra cree que la obligaron a asesinar a uno de sus conocidos, tengo que cerciorarme acerca de esto para que— Enzo me interrumpió en medio de mi escapada y rápida platica poniéndome una fuerte mano en el pecho para hacer que me callara. —¿Qué va a pasar con ella?— me dijo Enzo cuando escucho los gritos de la niña. Me llenaba de impotencia el no poder hacer nada ahora mismo para calmarla. Para ayudarla. —Qué los doctores hagan lo necesario con discreción y que se regresen en el primer avión a Cancún. Me encargaré de su transporte hacia Isla Mujeres, pero mientras tanto te pido que estes al pendiente de ella amigo— mi voz salió firme pero más calmada. Sabía que Indra y yo necesitábamos regresar a casa para estar bien. Pero yo quería estar solo, aunque fuera un viaje para poder pensar en todo y a la vez nada. Enzo me soltó y después hablo igual ya más calmado. —Estaremos ahí en setenta y dos horas o más, todo dependiendo de los doctores. Emmett se quedara aquí ya que creo que es la única cara que Indra reconocerá entre todos sus nuevos guardaespaldas. Mis hombres te acompañarán al aeropuerto— le asentí agradecido a Enzo, el cual era experto en temas de seguridad internacional. Tenía que pasar a una barbería antes de irme. No podía presentarme de esta manera en mi país. En mi propio territorio. Uno en donde lograron arrebatarme una de las cosas más preciadas y secretas que tenía. Después de esto, de lo único que estaba cien por ciento seguro era de que nadie iba a volver a tenderme una traición así. Mucho menos alguien se atrevería a retarme de esta manera. Gobernaría con mano dura cada ámbito para ser siempre el más poderoso de todos. El emperador. El verdadero capo de las drogas intocable al que todos temerían y no se atreverían a hacerle daño a alguien que estuviera bajo su protección. Dante Salazar y toda su alianza firmaron oficialmente su sentencia de muerte con este atrevimiento hacia mi. Ojo por ojo, diente por diente e infierno por infierno.