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Capítulo 3. Belleza Impactante

Liam

Al día siguiente, fui a visitar a Claire Lively. Mi asistente, Lupita, me había contado que Claire era una diseñadora que comenzó con un pequeño taller, ganó innumerables concursos y logró transformar su negocio en la gran joyería Gleam's que era hoy. Así que allí estaba, con la esperanza de conseguir los anillos de una vez; Lupita ya le había hablado de mi desesperada misión.

Pero jamás imaginé encontrarme semejante belleza. En cuanto crucé el umbral, mis ojos se posaron directamente en ella: una mujer deslumbrante, con rasgos latinos que realzaban su belleza natural. Su blusa de seda color champán acentuaba sus curvas con una elegancia sutil. Había otras vendedoras en la joyería, sí, pero para mí era como si el resto del mundo se hubiera desvanecido.

No consideré la posibilidad de que alguien más me atendiera. Fui directamente hacia ella. Isabel, ese era su nombre. En el preciso instante en que nuestros ojos se encontraron, una chispa, casi palpable, saltó entre nosotros, y supe, sin lugar a dudas, que necesitaba saberlo todo sobre ella.

Aunque mi aversión a las bodas era un hecho conocido, no podía faltar a la de Isaac, mi mejor amigo. Me habían asignado la tarea de ser el padrino, lo que implicaba ser el custodio de los anillos y asegurarme de que el novio llegara al altar "en sus cinco sentidos". A mis treinta años, era hora de enfrentar y superar mis miedos, o al menos eso me repetía Isaac. Quizás, después de todo, esta tarea me tenía reservada alguna sorpresa maravillosa. Tenía que dejar atrás el pesimismo y concentrarme en lo que me traía allí.

Tomé uno de los anillos que me mostró Isabel. No tenía ni la menor idea sobre gemología ni sobre diseño de joyas, pero por puro instinto, tomé su mano delicadamente y le probé el anillo en el dedo anular.

—¿Me permites? —le pregunté, sin darle tiempo a responder.

Su mirada de sorpresa y un ligero rubor en sus mejillas me dieron una respuesta tácita. Noté cómo su respiración se detuvo por una fracción de segundo. Deseé, con una intensidad que me sorprendió, que ella también hubiera sentido esa ligera descarga eléctrica tras el breve contacto.

—Sí, adelante —contestó con una voz suave, apenas un susurro—. La verdad es que es una joya preciosa. Tiene usted un gusto excelente.

Levanté la vista y le dediqué una sonrisa sincera. Dios mío, sus labios estaban peligrosamente cerca de los míos. Podía sentir las miradas curiosas de sus compañeros sobre nosotros. El ambiente se había cargado de una tensión palpable.

—Voy a ser sincero, Isabel —le dije, sosteniendo su mirada—. No tengo ni la menor idea de anillos. Todo esto me ha caído encima un poco por casualidad.

—No se preocupe, señor —me respondió con una sonrisa tranquilizadora—. Para eso estamos aquí, para ayudar y orientar a nuestros clientes. Podemos mejorar su opción basándonos en la foto que trae o, si tiene alguna otra idea, podemos pulirla y perfeccionarla. También debe saber que existen medidas estandarizadas en los anillos.

—Muy bien, ¿y cómo podemos saber la medida correcta, sin ser demasiado obvio? —pregunté, buscando una solución discreta y, al mismo tiempo, prolongar nuestra conversación.

—Es sencillo —me explicó—. Este anillo que tiene en la mano corresponde a la medida más común. Sin embargo, una vez pasada la boda, su esposa puede traer la pieza y la ajustamos a su medida exacta, sin ningún costo. Aun así, siempre recomiendo tener la medida correcta desde el principio.

—Sí, eso sería fantástico, Isabel. Pero, ¿cómo podemos averiguarlo de forma discreta, sin levantar sospechas? —insistí, disfrutando de la interacción.

—Lo ideal sería que nos trajera uno de los anillos de la novia. Así podríamos tomar la medida directamente.

— ¿Tendría que robárselo? —bromeé, intentando aligerar el ambiente. Ella respondió con una risa cristalina que iluminó aún más su rostro.

—Bueno —dijo con una chispa juguetona en los ojos—, toda novia con un mínimo de intuición sospecharía. Para evitar ese pequeño drama, el procedimiento es rápido: medimos el anillo y usted se lo puede llevar de vuelta inmediatamente, sin que haya lugar a sospechas.

Mientras me explicaba con esa voz melodiosa, un susurro suave con un ligero deje sensual, no pude resistirme y volví a tomar sus dedos entre los míos, sintiendo la suavidad de su piel. Sentía que el tiempo se detenía cada vez que sus ojos se encontraban con los míos. Su presencia llenaba el lugar, y cada uno de sus gestos era como una suave descarga eléctrica que recorría mi cuerpo.

Noté que ella no llevaba ningún anillo. Una pregunta cruzó mi mente con fuerza: ¿Será posible que esta belleza tan impactante esté soltera? Esperaba, con una intensidad creciente, que la respuesta fuera afirmativa.

Con pesar tuve que dejar de tocarla; ella retiró su mano y sacó un cuaderno y un lápiz. Me enfoqué en los trazos que iba haciendo hasta ver cómo tomaban forma los bocetos de unos anillos.

—Me encanta la originalidad —exclamé al ver el diseño.

—Bueno, este es un boceto; podemos dejarlo así o simplemente cambiarlo —me dijo sin dejar de dibujar. Vi cómo fruncía ligeramente el ceño en señal de concentración.

—Para hacer el diseño, debemos saber los gustos específicos de la novia: ¿algo romántico, sencillo o llamativo? ¿Llevará alguna inscripción? ¿Qué tipo de piedra se usará: diamantes, esmeraldas, zafiros o rubíes? ¿De cuántos quilates?

La verdad, me sentí completamente perdido. Mis cejas se fruncieron instintivamente ante cada término nuevo: engastes, medidas, quilates... Era como si me hablara en chino.

—La verdad, no tengo idea. Lo único que sé es que la boda será el 20 de abril. ¿Es urgente que te lo diga ahora? ¿O mejor podríamos agendar una cita para empezar de una vez? Así ya te daría toda la información.

Agendar una cita fue lo mejor que pude hacer. Inmediatamente después, llamé a Isaac. Él era el único que podía dar la información precisa y entender esa jerga joyera. ¡Al fin y al cabo, era su boda!

Por hoy, ya había cumplido con mi cuota de “padrino”. Solo faltaba empezar a diseñar los anillos. Mientras cerraba la puerta de la joyería, la imagen de la sonrisa de Isabel me vino a la mente. Esperaba volver a verla pronto.

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