El martillo del juez resonó en la sala de la corte, un sonido que se sintió como el eco de un disparo, pero que en lugar de quitarle la vida, se la devolvió con la sentencia que tenía en las manos.
La voz del juez, una voz de una solemnidad que se sintió como una rendición, declaró: —El tribunal ha dictaminado. Se le restituye a la ciudadana Anastasia Dmirovna Slova su nombre y sus apellidos, y su vida legal en Estados Unidos. Se concluye que, después de todo, sigue siendo la esposa legal del señor Nathaniel Vance, y que si él no apela al divorcio, seguirán casados.
Las lágrimas corrieron por el rostro de Anastasia. No eran lágrimas de tristeza, sino lágrimas de un alivio tan profundo que se sintió como un dolor físico. Finalmente podría recuperar su vida. Finalmente volvería a ser la mujer que nunca debió dejar de ser, y al fin podría hacer las pases consigo misma.
Vance, sentado a su lado, la abrazó con una fuerza que la hizo temblar, y le susurró al oído: —Ahora eres libre, mi amor