Vance, sentado detrás de su escritorio, miraba las pruebas que incriminaban a Maxwell, el hombre que se había aprovechado de la vulnerabilidad de su familia para ganar poder. Un mes había pasado desde el regreso de Anastasia, y Maxwell, en un movimiento político astuto y despiadado, había usado el drama mediático y la incertidumbre legal para subir en las encuestas, proclamándose el líder moral que el país necesitaba.
—Lo está usando, Vance —dijo David, llamando su atención—. Lo de Anastasia, el juicio, el drama... lo está usando.
—Lo sé —respondió Vance, con la mirada en toda la documentación—. Y por eso, vamos a usar lo que tenemos.
Hasta ese momento, Vance no quería sacar esas cartas. Después de lo sucedido con Isabella, con el coronel, con el grupo Halcón. No quería salpicarse más con ello, pero lo haría una última vez. Maxwell no era el mejor candidato a la presidencia, y si estaba en manos de Vance que los votantes lo vieran, lo haría posible.
—Son pruebas contundentes, Señor —d