92. Historias Enterradas
Isidora despertó lentamente, consciente primero del calor del sol en su rostro, luego de la ausencia del cuerpo de Diego junto al suyo. Abrió los ojos, parpadeando contra la luz de mañana que entraba por las cortinas.
La cama estaba vacía. Las sábanas del lado de Diego estaban frías, indicando que había estado levantado hace rato.
Se sentó, pasando una mano por su cabello despeinado, escuchando sonidos del apartamento. Nada. Silencio completo excepto por el ruido distante de tráfico.
—¿Diego? —llamó, su voz ronca de sueño.
No hubo respuesta.
Se levantó, encontrando su ropa del día anterior dispersa por el suelo. Se puso su blusa y ropa interior rápidamente antes de salir de la habitación.
Diego no estaba en la sala. Tampoco en la cocina, aunque había taza de café a medio terminar en el mostrador. Finalmente lo encontró en el pequeño balcón que daba a la calle, parado contra el barandal, su teléfono en la mano, su expresión tensa mientras miraba la pantalla.
Estaba vestido en pantalone