El sueño comenzó como siempre: Brianna corría por un bosque que nunca había visitado, pero que reconocía como propio. Sus pies descalzos no sentían las piedras ni las ramas; su cuerpo se movía con una agilidad que no le pertenecía. La luna llena iluminaba el camino entre los árboles como un faro plateado, llamándola.
Llegó al borde de un estanque cristalino. Se inclinó para beber, pero el reflejo que le devolvió el agua no era el suyo. Unos ojos ambarinos la observaban desde un rostro que era y no era el suyo: más salvaje, más antiguo, con marcas tribales que parecían brillar bajo la piel.
"Despierta," susurró la mujer del reflejo. "Despierta antes de que sea tarde."
Brianna se incorporó en la cama con un grito ahogado, el sudor frío pegándole el camisón al cuerpo. Era la tercera noche consecutiva. Miró por la ventana: la luna menguante brillaba con un tinte rojizo inusual. Faltaban apenas dos semanas para la luna llena.
Se levantó, incapaz de volver a dormir. El castillo de los Black