El aullido de alarma rasgó la noche como una garra afilada. Brianna se incorporó de golpe en la cama, con el corazón martilleando contra sus costillas. No era un aullido cualquiera; había aprendido a distinguir los diferentes tonos que usaba la manada. Este era de emergencia.
Las luces del pasillo se encendieron de inmediato. Voces tensas y pasos apresurados resonaron por toda la mansión. Se puso una bata sobre el camisón y abrió la puerta justo cuando Elijah pasaba corriendo.
—¿Qué sucede? —preguntó, sujetándolo del brazo.
El rostro del beta estaba tenso, sus ojos brillaban con un destello dorado que delataba al lobo bajo la piel humana.
—Lucan ha escapado —respondió con voz grave—. Alguien saboteó los barrotes de plata y las cerraduras.
Un escalofrío recorrió la espalda de Brianna. Lucan, el lobo que había intentado atacarla, el que parecía conocer secretos sobre ella que ni ella misma recordaba.
—¿Cómo es posible? Damien dijo que...
—Damien está furioso —la interrumpió Elijah—. Cre