Los días en el pueblo eran tranquilos ahora, llenos de una rutina apacible que Luca y Bianca habían aprendido a disfrutar. Años atrás, la vida parecía un torbellino constante de retos y decisiones difíciles, pero ahora sus mañanas comenzaban con el sonido de los pájaros y el aroma del café recién hecho. Desde el porche de su casa, podían ver el centro comunitario y la pequeña plaza, siempre llena de vida.
Luca estaba sentado en su sillón favorito, afilando una vieja herramienta del taller, cuando el estruendo de risas infantiles invadió la casa. Sus nietos, cuatro pequeños de entre tres y ocho años, entraron corriendo, seguidos por Aurora y Matteo, quienes intentaban, sin éxito, mantenerlos bajo control.
—¡Nonno! ¡Nonno! —gritó el menor, abrazando las piernas de Luca—. ¿Nos llevas al río hoy?