El reloj marcaba las nueve de la noche cuando Matteo apagó el motor de su coche frente al lugar acordado: una vieja bodega en las afueras de la ciudad. Las sombras de los edificios industriales se alargaban bajo la tenue luz de las farolas, proyectando un ambiente cargado de tensión. Aurora, sentada a su lado, observaba el lugar con una mezcla de incertidumbre y determinación. Sabía que no había vuelta atrás.
—¿Estás segura de que quieres entrar? —preguntó Matteo, girándose hacia ella con una expresión seria. Aunque era evidente que también estaba nervioso, su voz se mantuvo firme.
Aurora asintió. —No podemos hacerlo solos. Si queremos enfrentarnos a Vittorio, necesitamos aliados, y ellos conocían a papá