La luna llena brillaba pálida sobre la mansión abandonada en las afueras del pequeño pueblo donde Luca y Bianca habían crecido. Las ventanas rotas y las paredes cubiertas de hiedra le daban un aspecto lúgubre, como si los años hubieran devorado no solo su estructura, sino también los recuerdos de lo que alguna vez fue. Aurora estacionó el coche frente al portón oxidado y miró la imponente figura de la casa. Su mano temblaba ligeramente mientras apagaba el motor, pero no era miedo lo que sentía; era una mezcla de curiosidad, nostalgia y una persistente necesidad de respuestas.
Matteo, en cambio, estaba visiblemente tenso. Se quedó en el asiento del copiloto durante un momento más, mirando la casa con una mezcla de rabia y resignación.