El tren a Nápoles avanzaba lentamente entre colinas y paisajes costeros. Aurora miraba por la ventana, absorta en la belleza del paisaje. Sin embargo, no era capaz de disfrutarlo del todo; había algo pesado en el aire, una sensación de que estaban a punto de desenterrar algo que podría cambiarlo todo. A su lado, Matteo hojeaba un expediente legal, más por costumbre que por necesidad. Sus ojos apenas seguían las palabras; su mente estaba atrapada en una maraña de recuerdos de su padre.
—Nápoles —murmuró Aurora, sin apartar la mirada del horizonte—. Papá solía decir que esta ciudad era como un espejo: reflejaba lo mejor y lo peor de quien la miraba.
Matteo soltó un suspiro.