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El vestido negro se deslizaba como tinta sobre su piel. Valeria Kane se miró al espejo una última vez, ajustando el collar de diamantes que descansaba sobre su clavícula. No era un adorno; era un recordatorio. Cada piedra brillante representaba un año de su vida bajo el yugo de su padre, Victor Kane.

La suite del Hotel Monarch ofrecía una vista panorámica de la ciudad que su familia pretendía poseer. Las luces nocturnas parpadeaban como estrellas caídas, atrapadas en el concreto y el acero. Valeria tomó un sorbo de whisky, dejando que el líquido ámbar quemara su garganta. Esta noche, como tantas otras, interpretaría su papel: la hija devota, la heredera perfecta, la princesa del imperio Kane.

Una mentira exquisitamente elaborada.

El teléfono vibró sobre la cómoda de mármol.

"La limosina espera, señorita Kane."

Valeria deslizó el arma compacta en su bolso de diseñador. En el mundo de su padre, incluso las princesas necesitaban colmillos.

***

El salón privado del Club Ónix rebosaba de poder y dinero. Hombres en trajes de diez mil dólares intercambiaban sonrisas falsas mientras sus ojos calculaban ganancias y pérdidas. Mujeres con joyas que pesaban más que sus conciencias reían con elegancia estudiada. Y en el centro de todo, como un rey en su corte, Victor Kane presidía la reunión.

Valeria entró como una sombra elegante. Su presencia provocó el silencio momentáneo que siempre la seguía: una mezcla de admiración, deseo y, en algunos casos, miedo. Conocían su belleza, pero los más astutos intuían el peligro que acechaba tras sus ojos verdes.

—Mi querida hija —Victor extendió los brazos con teatralidad—. Finalmente nos honras con tu presencia.

Valeria se acercó, permitiendo que su padre besara su mejilla. El contacto le provocó un escalofrío que disimuló con una sonrisa perfecta.

—Nunca me perdería una de tus... celebraciones, padre.

La palabra "padre" se deslizó entre sus labios como veneno dulce.

Victor, a sus sesenta años, mantenía el porte intimidante que había construido su imperio. Cabello plateado perfectamente peinado, traje impecable y una sonrisa que nunca alcanzaba sus ojos. Ojos que Valeria había aprendido a temer desde niña.

—Caballeros, mi hija, mi mayor orgullo —anunció Victor a los presentes—. La futura cara de Kane Enterprises.

Las copas se alzaron en un brindis. Valeria sonrió, interpretando su papel mientras escaneaba la habitación. Reconoció a senadores, jueces, empresarios. Todos comprados, todos cómplices. Y entre ellos, un rostro nuevo: un hombre de rasgos asiáticos y mirada penetrante que la observaba con demasiado interés.

—Señorita Kane —se presentó el desconocido, acercándose con la confianza de quien está acostumbrado a obtener lo que desea—. Takeshi Yamamoto. Su padre habla maravillas de usted.

—Mi padre exagera —respondió ella, aceptando la copa de champán que le ofrecía—. Es su especialidad.

—Al contrario —Takeshi bajó la voz—. Creo que se queda corto. Su reputación la precede.

Valeria mantuvo su expresión neutra, pero sus sentidos se agudizaron. ¿Qué reputación exactamente? ¿La de la heredera sofisticada o la de la mujer que llevaba tres años desmantelando secretamente el imperio de su padre?

—Los negocios con Japón prosperan, entonces —comentó ella, cambiando de tema.

—Su padre es... persuasivo. El Consorcio Oriental aprecia socios con visión.

El Consorcio. Valeria archivó mentalmente el nombre. Otra pieza del rompecabezas que llevaba años armando.

La velada transcurrió entre conversaciones superficiales y negociaciones veladas. Valeria observaba, escuchaba, memorizaba. Cada nombre, cada acuerdo susurrado, cada mirada cómplice. Todo quedaba grabado en su mente como pruebas para el día del juicio.

***

El recuerdo la asaltó mientras observaba a su padre brindar por "un futuro próspero". Tenía doce años cuando descubrió la verdad. Su madre, Isabella, llevaba semanas comportándose de manera extraña, reuniendo documentos, hablando en susurros por teléfono.

"Tenemos que irnos, Valeria," le había dicho aquella noche. "Tu padre no es quien crees."

Horas después, el cuerpo de Isabella Kane flotaba en la piscina de la mansión. "Un trágico accidente", declaró la policía. "Estaba medicada, desorientada", explicó Victor Kane con lágrimas que se secaron demasiado rápido.

Pero Valeria había visto la carpeta que su madre escondió. Documentos, fotografías, pruebas de tráfico de armas, lavado de dinero, asesinatos ordenados con la misma facilidad con que se pide el desayuno. Y un nombre que aparecía una y otra vez: "El Director".

Ese día, algo murió dentro de Valeria. Y algo más nació: un odio frío, calculador, paciente.

***

—¿Nos acompañas al estudio, querida? —la voz de su padre la devolvió al presente—. Tenemos asuntos importantes que discutir.

El "estudio" era una sala blindada en la parte trasera del club. Allí, lejos de oídos indiscretos, se tomaban las verdaderas decisiones.

—Por supuesto, padre.

Cinco hombres se reunieron alrededor de una mesa de caoba. Victor Kane, Takeshi Yamamoto, el senador Blackwood, el juez Hernández y un hombre que Valeria no reconoció. Alto, delgado, con un rostro que parecía tallado en piedra y ojos que no reflejaban emoción alguna.

—Mi hija tiene mi absoluta confianza —declaró Victor, notando la mirada recelosa del desconocido—. No hay secretos entre nosotros.

Otra mentira. Valeria sonrió, pensando en el dispositivo de grabación oculto en su collar de diamantes.

—El Director está impaciente —dijo el hombre de rostro pétreo—. Los incidentes recientes son... preocupantes.

El Director. El corazón de Valeria se aceleró, pero su expresión permaneció impasible.

—Contratiempos menores —respondió Victor con desdén—. La operación Quimera sigue según lo planeado.

—Tres de nuestros operativos han sido eliminados en dos semanas —intervino Takeshi—. No son contratiempos, son ataques coordinados.

—Alguien está cazándonos —concluyó el desconocido—. Y el Director quiere respuestas.

Valeria observaba la conversación como quien contempla una partida de ajedrez. Cada palabra revelaba posiciones, debilidades, miedos.

—Reforzaremos la seguridad —declaró Victor—. Y encontraremos al responsable.

La reunión continuó con detalles sobre transferencias millonarias, políticos que debían ser presionados, testigos que debían desaparecer. Valeria absorbía cada palabra, cada nombre. Munición para su venganza.

***

Pasada la medianoche, Valeria regresó a su apartamento en el distrito financiero. Un ático minimalista que contrastaba con la opulencia ostentosa de su padre. Descalza, con el vestido de noche cambiado por unos jeans y una camiseta, se dirigió a la habitación que mantenía cerrada con llave.

Las paredes estaban cubiertas de fotografías, documentos, mapas interconectados con hilos rojos. El mural de su obsesión. La anatomía del imperio criminal de Victor Kane y, sobre todo, la búsqueda del hombre que realmente lo controlaba: El Director.

Conectó el dispositivo de su collar a la computadora. Las voces de la reunión llenaron la habitación mientras ella añadía nuevas notas al mural.

"Operación Quimera". "Consorcio Oriental". "Tres operativos eliminados".

Alguien estaba atacando el imperio desde las sombras. Alguien que no era ella.

Su teléfono vibró. Un mensaje de un número desconocido:

"Él viene por todos."

Valeria contempló las palabras, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. ¿Una amenaza? ¿Una advertencia?

¿O acaso una promesa?

  

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