El bar "El Último Refugio" era exactamente lo que su nombre prometía: un agujero olvidado donde los hombres iban a desaparecer. Valeria Kane empujó la puerta desvencijada, y el olor a whisky barato y cigarrillos la golpeó como una bofetada. La luz mortecina apenas iluminaba las mesas dispersas donde sombras con forma humana ahogaban sus secretos en vasos sucios.
Lo encontró de inmediato. No necesitaba buscarlo demasiado. Ethan Cross destacaba incluso cuando intentaba pasar desapercibido. Había algo en su quietud que resultaba más amenazante que cualquier movimiento brusco. Estaba sentado en la barra, de espaldas a la pared, con una vista perfecta de la entrada. Clásico de alguien que espera que vengan a matarlo en cualquier momento.
Valeria se ajustó la chaqueta de cuero, sintiendo el peso reconfortante de la Beretta 92 en la funda axilar. Sus tacones resonaron sobre el suelo pegajoso mientras avanzaba. Notó cómo la mirada de Ethan se clavaba en ella antes incluso de que girara la cabeza. Sus ojos, fríos como el acero, la evaluaron en un segundo.
—Vaya, vaya —murmuró ella, deslizándose en el taburete junto a él—. El fantasma en persona.
Ethan no mostró sorpresa. Dio un sorbo a su whisky antes de responder.
—Señorita Kane. Qué predecible.
—¿Predecible? —Valeria sonrió, un gesto que no alcanzó sus ojos—. Llevo tres días siguiéndote. Esta es la primera vez que me dejas acercarme.
—Te dejé seguirme desde el principio —respondió él, girando el vaso entre sus dedos—. La pregunta es por qué la hija de Víctor Kane está tan interesada en un don nadie como yo.
El cantinero se acercó y Valeria pidió un vodka seco. Cuando el hombre se alejó, ella se inclinó ligeramente.
—Ambos sabemos que no eres un don nadie, Cross. Tres cadáveres en una semana. Todos relacionados con el Sindicato. Todos ejecutados con tu... particular estilo.
—¿Mi estilo? —Una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios—. No sabía que tenía uno.
—Un disparo limpio a la cabeza. Sin tortura, sin mensajes. Solo... eficiencia. —Valeria recibió su bebida y la probó—. Excepto por Donovan. A él le cortaste la garganta. Fue personal, ¿verdad?
Los ojos de Ethan se endurecieron. Por un instante, Valeria vislumbró el abismo que habitaba dentro de él, la oscuridad que lo consumía. Luego, tan rápido como apareció, se desvaneció tras una máscara de indiferencia.
—¿Qué quieres, Valeria?
—Información. —Ella giró en su taburete para enfrentarlo directamente—. Estás cazando a los mismos hombres que yo.
—Lo dudo.
—Donovan trabajaba para Alexei Volkov. —Valeria observó cuidadosamente su reacción—. Al igual que Mercer y Santino. Los tres eran piezas en su tablero.
Algo cambió en la postura de Ethan. Un ligero tensamiento de sus hombros, casi imperceptible.
—Volkov tiene muchos peones —respondió con voz neutra.
—Y tú estás eliminándolos uno por uno. —Valeria se inclinó más cerca, hasta que pudo oler su colonia mezclada con pólvora—. La pregunta es: ¿por qué?
Ethan la miró directamente, y Valeria sintió un escalofrío recorrer su columna. No era miedo, era algo más primitivo, más peligroso.
—Tal vez deberías preguntarte por qué la princesa del imperio Kane está jugando a ser justiciera en los barrios bajos —contraatacó él—. ¿Tu padre sabe dónde estás ahora?
Valeria tensó la mandíbula.
—Mi padre no controla mis movimientos.
—¿No? —Ethan sonrió, una sonrisa depredadora—. Entonces no sabe que estás buscando a Volkov por tu cuenta. Interesante.
—No estamos hablando de mí.
—Ahora sí. —Ethan se inclinó hacia ella, invadiendo su espacio personal—. ¿Qué te hizo Volkov, Valeria? ¿Qué te quitó?
La pregunta la golpeó como un puñetazo. Por un segundo, las imágenes inundaron su mente: sangre en el suelo de mármol, gritos ahogados, una mano inerte sosteniendo un collar de perlas rotas.
—Todo —susurró antes de poder contenerse.
Algo cambió en la mirada de Ethan, un destello de reconocimiento, como si hubiera encontrado un reflejo de su propio dolor.
El momento se rompió cuando la puerta del bar se abrió de golpe. Tres hombres entraron, sus ojos recorriendo el lugar hasta fijarse en ellos. Valeria los reconoció al instante: mercenarios, profesionales. El más alto llevaba la mano dentro de la chaqueta.
—Parece que tenemos compañía —murmuró Ethan, su voz tranquila a pesar de la amenaza inminente.
—Cuatro en la puerta trasera —respondió Valeria sin mirar atrás—. Los vi cuando entré.
Ethan la miró con una nueva apreciación.
—¿Cuántas balas tienes?
—Suficientes. —Valeria sonrió, una sonrisa afilada como una navaja—. ¿Tú?
—Nunca suficientes.
El primer disparo atravesó el aire antes de que terminara la frase. Ethan la empujó al suelo mientras la botella detrás de ellos estallaba en mil pedazos. En un movimiento fluido, desenfundó su arma y disparó dos veces. El primer atacante cayó, un agujero perfecto entre sus ojos.
Valeria rodó bajo una mesa, sacando su Beretta. Dos hombres aparecieron por la puerta trasera, y ella no dudó. Dos disparos, dos cuerpos en el suelo.
El caos se desató. Los pocos clientes corrían hacia la salida mientras las balas silbaban por el aire. Ethan se movía como una sombra, preciso y letal. Valeria lo observó eliminar a un hombre con un movimiento de cuchillo tan rápido que apenas pudo seguirlo.
Se encontraron en el centro del bar, espalda contra espalda, rodeados de atacantes.
—¿Amigos tuyos? —preguntó ella, recargando su arma.
—Iba a preguntarte lo mismo.
Un hombre surgió de detrás de la barra, apuntando directamente a la cabeza de Ethan. Valeria reaccionó por instinto, disparando sobre el hombro de él. La bala impactó en la garganta del atacante.
—Ahora me debes una —dijo, sintiendo la espalda de Ethan contra la suya, sólida como una roca.
—No por mucho tiempo.
Con una precisión escalofriante, Ethan disparó hacia la entrada, donde un último atacante intentaba flanquearlos. El hombre cayó sin un sonido.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Solo quedaban ellos dos, de pie entre los cuerpos y los cristales rotos, respirando agitadamente.
Valeria se giró para mirarlo, la adrenalina todavía corriendo por sus venas. Había algo hipnótico en ver a Ethan en acción, una belleza terrible en su eficiencia para matar.
—Volkov sabe que estamos tras él —dijo ella, limpiando una gota de sangre de su mejilla.
Ethan guardó su arma, sus ojos recorriendo el rostro de Valeria con una intensidad que la hizo contener el aliento.
—No. Sabe que estamos vivos. —Se acercó a uno de los cuerpos y revisó sus bolsillos—. Estos hombres trabajan para Dimitri Sokolov.
—¿El lugarteniente de Volkov?
—Su perro guardián. —Ethan extrajo un teléfono del cadáver—. Sokolov no envía a sus hombres a menos que algo importante esté en juego.
Valeria comprendió la implicación.
—Estamos cerca de algo.
Ethan la miró, y por primera vez, vio algo más que frialdad en sus ojos. Vio determinación, y quizás, un destello de respeto.
—Tenemos que irnos. La policía llegará pronto.
—¿Tenemos? —Valeria arqueó una ceja—. Hace cinco minutos querías deshacerte de mí.
—Hace cinco minutos no habías matado a tres hombres para mantenerme con vida. —Ethan se acercó, invadiendo su espacio personal—. Además, parece que buscamos lo mismo.
—¿Y qué es eso?
—Venganza.
La palabra quedó suspendida entre ellos, cargada de promesas oscuras. Valeria sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el miedo.
—Esto no significa que confíe en ti —advirtió ella.
Ethan sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Sería una estupidez si lo hicieras.
Sirenas comenzaron a sonar en la distancia. Sin decir más, ambos se dirigieron hacia la puerta trasera, dejando tras de sí un rastro de destrucción y sangre.
La noche los envolvió mientras desaparecían en las sombras, dos depredadores unidos momentáneamente por un enemigo común, ignorando la chispa peligrosa que había comenzado a arder entre ellos.